jueves, 1 de septiembre de 2011

El Fantasma de la Casa del Cónsul

¿Por qué será que lo que para unos puede ser chistoso; para otros de mal gusto? O ¿lo qué para unos pueda ser una bella melodía; para otros algo espantoso? —No sé—. O ¿por qué los niños ven lo que los adulto no, imaginación? —No sé—. Como tampoco sé qué pudo haber pasado realmente en la casa del cónsul...

Nunca lo vimos los adultos que vivíamos en esa casa, éramos 10 y un niño de cinco años. A los adultos nos hacia bromas; pegándole muy duro a las puertas de los baños o de sus cuartos; y con el niño, con él sí platicaba; y el niño, lo describía, diciéndonos —con mucha precisión— como era.

Varios de los grandes, vieron alguna vez su sombra. Yo tan solo escuché su música, parecida a algo así a la que emite un acordeón bajo.

Esto sucedió exactamente cuando rentábamos una casa, muy grande, que estaba en la calle Monterrey en la colonia Chapultepec en Tijuana. Éramos muchos en la familia y necesitábamos una casa grande. Y aunque esa casa estuviera en una zona bastante acomodada, la renta era fabulosamente barata; la rentamos inmediatamente. Lo que no nos dijo el señor de la agencia —de esas casas de renta— es que la casa tenia una historia; una historia oculta y un fantasma.

Era una casa muy grande —estilo californiano— contaba con dos salas, ambas muy amplias, una recepción que en sí, era otra sala. Tenía un patio integrado, adentro de la casa y el techo de la casa era bastante alto.

En la puerta de la entrada principal había un rotulo; un placa que decía, Cónsul de Canadá. —Y su nombre— Rotulo que tuvimos que quitar, al ser nosotros los nuevos inquilinos.

Era de un solo piso; pero de tres niveles; y aunque era de un solo piso, había un solo cuarto —que una vez fue un estudio— a manera de torre, encima de la casa, y para acceder a ese estudio, en su corredor había una escalera de caracol.

Una escalera de caracol, que con el aire —por no sé que misterio de la naturaleza— una melodía sonaba; y fue allí que el niño, Chequito, se ponía a platicar con su amigo, creíamos —todos— que era tan solo, un amiguito imaginario.

Era un fantasma bromista.

La casa parecía ante los ojos de cualquiera, una casa de huéspedes, ya estábamos todos muy grandes, unos en la universidad, otros en el trabajo, —y otros más noviando— y parecía que tan solo veníamos a dormir a la casa; donde siempre nos esperaba mi mamá, mi papá y Chequito, mi sobrino. Así que ya estando todos grandes, puedo decir que ya no estábamos en la edad para ese tipo de bromas. Como la que nos hacia «el amigo de Chequito» o el mismo Chequito.

Al principio, creíamos que era el niño; pero poco a poco, nos empezamos a dar cuenta, que al abrir la puerta —como respuesta— cuando «alguien» le pegaba muy fuerte a las puertas de los diferentes cuartos; pero Chequito estaba tranquilamente jugando, en otra cosa y en otra parte.

No fue hasta que al niño se lo empezaron a llevar a los mandados, que nos dimos cuenta que era alguien más que el niño. Una de esas veces, a mi papá, de un carácter muy duro, lo sacaron del baño con tremendos golpes que le dieron a la puerta.

Tiempo después, entre bromas y filosofia, aceptamos esa situación un día. Creyendo que era el fantasma de un muchacho chistoso, hubo a quien se le figuro ver su sombra pasar entre los corredores. Y por la ventana de ese estudio, a quien se le figuro verlo. Y hubo quienes afirman haberlo visto sin figuraciones.

Chequito —él sí decía como era— para él no era un fantasma, sino su amigo con quien platicaba, un muchacho simpático, medio güero, que le gustaba treparse a los muebles, y muy amistoso. ¿De que platicaban? De juegos infantiles, la escuela y otras tantas cosas. —Nos decía el tal Chiquito—.

Parecía la energía de un muchacho alegre. Nunca nos asusto —para nosotros eran bromas— que cuando ocurrían simplemente nos veíamos unos a otros; quedandonos extrañados, buscándo darle un sentido lógico a esos golpes en las puertas. Como una vez le dimos sentido a la música de esa escalera de caracol.

Los vecinos; eran personas de las que no salían de sus casas; sin embargo —años después— hubo quien nos dijo, que llegamos a rentar una casa, donde hubo una tragedia; donde un muchacho que nadie imaginó que por un impulso —o por un descuido— decidiera dejarnos.


Narrada por inquilino de la vieja casa del cónsul de Canadá. Esa casa fue demolida en 1999, parece ser que para sus dueños —esa casa y su fantasma— no fue broma.

Si el fantasma que veía ese niño era el alma de un suicida ¿Cómo es qué el espíritu de un suicida pueda ser amistoso y bromista? —Tampoco sé—. Cosas que para mi son y serán un misterio.


2 comentarios:

  1. Hola Mr. Leopoldo!
    Es una buena leyenda de fantasmas. Siendo del 2011 no la había leído. Vaya que sí ve uno cosas raras cuando se es pequeño; yo como a los 5 de edad llegué a ver en un par de ocasiones a un macho cabrío parado en sus patas traseras, solo viéndome, no hablaba, pero con su mirada tenebrosa me decía todo, y algo como "ven hacia mí niño, debes venir conmigo", pero solo salia corriendo despavorido a contarselo a alguien.
    Vivíamos en una zona rural... que era aquello??... acaso lo que llaman "Fauno" ??
    Sobra de decir que nunca me creyeron en mi casa, a esa edad de 5 años ¿quien le cree a un niño? Cosas feas, que uno nunca olvida.

    Saludos amigo!

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    1. Hola, Héctor: Gracias por tu comentario. Las cosas que uno ve de niño, ¡qué cierto! ¿Imaginación o sensibilidad? Y, si es sensibilidad ¿por qué se pierde al llegar a ser adultos? Saludos estimado amigo.
      LE

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