martes, 4 de octubre de 2011

El Vagabundo Vendequesos


Vivía en depresión continua. Me sentía totalmente un fracaso, parecía que mi vida ya no tenía ningún sentido...

A mí alrededor todo era problema: Mi papá no me quería, mi mamá no me entendía, mis hermanos iguales o más tontos que yo. Sin una novia que me comprendiera y sin verdaderos amigos. Y lo que era peor: quería ser más inteligente y no podía, ser más alto y fui muy bajo de estatura, ser bien parecido y era feo y muy, muy torpe... —Más que ahora—.

Y mientras llenaba mi mente con todos estos pensamientos suicidas, en los vidrios de las tiendas de las que hay en la Segunda y la Tercera: me reflejaba, parecía y me sentía como uno de esos locos de la calle... O como un anciano a mis veintitrés años.

Ya llevaba varios meses sin encontrar trabajo, y hasta ya había ido a esa agencia de empleos que había en la calle Cuarta... La oferta era vender tarjetas de navidad; pero menuda oferta, estábamos a principios de octubre...

Desilusionado por todo, me fui a tomar un receso para el parque... No cabía en el paisaje, a mí alrededor todo era alegría. Una alegría que en ese momento no entendía, era como querer tomar un descanso y no podía... El templo tenía una de sus puertas abiertas, de esas puertas de su cripta: —allí pertenezco, en el lugar reservado a los muertos; y mientras pensaba esto, a través de esa puerta pasé y en una de sus bancas me senté.

La cripta parecía para mi solo, no había nadie a quien pudiera molestar, y pensando en ese receso, me acosté en la banca, junto a la imagen de Santa Inés... —Un ratito sin pensar en nada, ponderaba, pensando que en cualquier momento, el guardia me sorprendería y de allí me alejaría.

Queriendo no pensar en nada, a lo lejos oí unos pasos que entraban a la cripta. Recordando al loco suicida —que vi unos momentos antes— en los cristales de las tiendas, me quede inmóvil, acostado, fingiendo estar dormido.

Los pasos se quedaron inmóviles, y una voz se dirige a mí y me dice:

—Amigo, ¿qué haces en mi banca?

Inmediatamente, dejo mi fingido letargo, y en la banca regreso a estar sentado. Era un vagabundo a quien respondo: —perdón, no sabía que era tu banca.

—No, amigo, aquí esta prohibido acostarse, que bueno que no te vieron. Ven ayúdame, a comer unos pais de queso...

— ¿Qué?

—Sí, amigo, me sobraron unos cuantos, te invito a comer unos; los que quieras.

—No traigo dinero, —le dije en tono triste—. Al voltear a la puerta, me di cuenta que allí estaba su bicicleta con una raquita; donde transportaba su mercancía que vendía, pequeños pasteles de queso.

— ¿Y quién te dijo te los vendo? —decía mientras salíamos de la cripta.

Le dije con su misma voz de amigo: —Amigo ¿por qué no te los llevas a tu casa, a tu esposa y a tus hijos?

—No tengo casa, soy un pobre vagabundo vendequesos, —me contestó sonriendo.

—Llévaselos a tu mamá, —le dije.

—Se murió hace dos años. —Me dijo con un aire de desilusión; pero aun sonriendo.

—Lo siento... pero seguramente tendrás a tu viejo, a tu papá ¿qué en la casa te espera?

—No conocí a mi padre, ni a mi abuelo, ni a mis tíos. —Lo dijo como si fuera un chiste.

Viendo la pobreza de este pobre tipo, no pude más y solté en llanto... No podía entender que hubiera gente todavía más jodida que yo... —Jodida, es que no encuentro otra palabra— Y que con todo y esta jodidez, me quisiera regalar un par de pais de queso.

—Amigo, no son para que se ponga triste, pruébelos están sabrosos. Si lloras porque no tienes trabajo, mira en aquella panadería los venden; para que los revendas, su venta es tan noble, que te puedes dar el lujo de regalar los que te sobren.

Un fuerte abrazo recibí de este rico empresario vagabundo vendequesos.

Y mientras veía como se alejaba en su bicicleta, comprendí que nunca más iba a volver a tener pensamientos, tristes o suicidas... Que mientras uno esta triste, otro más, y más pobre: está regalando pastelitos de queso, entre el parque y este templo... Y que yo podía hacer lo mismo.

Una lección que recibí de un vagabundo —vendequesos— en la cripta del templo de San Francisco.



3 comentarios:

  1. Tal vez era el mismo Jesus que se presento ante ti en tal forma, puesto que en ese momento El quería algo mas mejor para ti....

    ResponderEliminar
  2. muy bonito relato, que cosas que a veces en algún momento pasa algo que nos hace reflexionar y que tal vez nos cambien la vida

    ResponderEliminar
  3. a lo mejor era san francisco

    ResponderEliminar