Jectorín mi Amigo Inesperado

Prologo. La vida está llena de sorpresas, creamos en ello, o no, así es la vida... queramos o no, nosotros mismos nos convertimos en alguna sorpresa para alguien. El encuentro con aquella persona. La amistad sincera. ¿Cómo llamarlo? ¿Magia? ¿Milagro? o, ¿desencuentro? ¿Terror? ¿Qué? —Característica de las sorpresas—. Jectorín existe, parece un cuento fabuloso, pero es real, ahí está, ¿a la vuelta de la esquina? ¿en tu escuela, o en tu trabajo? Están tocando la puerta a la mejor es para ti.

De Tijuana para el ciberespacio...

Jectorín, mi amigo inesperado.

RARA INTERRUPCIÓN
Capítulo 1

Y, mientras me tomaba mi café platicando, o debo decir chateando con mi amigo Héctor (por el ínternet), alguien llamó a mi puerta… —Espérate Héctor, que bueno que quedaste en tan buen lugar en el súper maratón de Chicago... espérame deja ver quién llama a la puerta.

Tal pareciera que era exactamente el momento menos inoportuno de la charla que fui a ver quién era. Era un vendedor que con voz ronca y fría me dijo…

— ¿Me quieres comprar este títere?

— A ¿cuánto me lo vende?, le contesté

—Se lo dejo a un dólar… —Me volvió a decir con la voz más tétrica y tenebrosa que jamás cualquiera se pudiera imaginar... Con prisa por el cotorreo y sin pensarlo mucho saqué un dólar de mi cartera, quedándome con el títere, y me regresé pronto a mi compu para seguir chateando con mi amigo estrella del maratón de Chicago.

—No me lo vas a creer, Héctor, era un loco que me vendió un títere por un dólar...

Todavía no me contestaba mi amigo cibernético cuando oí a tras de mi unos diminutos pasos... y una voz diminuta pero clara que me dijo...

— ¿Qué estás haciendo?

Al voltear a verlo con ojos exorbitados, lo tomé entre mis manos estremecido por el susto y el instinto de sobrevivencia me hizo arrojarlo al suelo, pero luego intenté calmarme, pensando que debido al precio relativamente bajo al que lo adquirí, éste seguramente traía pilas para que hablara, y sin duda, alguien que sabía que lo compraría me estaba jugando una muy buena broma.

Pero ¿y los diminutos pasos?

Sentado en un sillón de la sala —olvidándome del chateo— me le quedé viendo por varios minutos, casi sin parpadear, y afuera el viento parecía tomar más y más fuerza — ¿acaso son los Santa Ana otra vez?— eso finalmente desvió mi atención de ese muñeco; me asomé por la ventana para ver si el cielo se estaba nublando, cuando de improviso escuché:

 — ¿Hola? ¿Qué? ¿No me piensas levantar?

Extrañado lo volví a levantar, buscándole las pilas, y éste solo gritaba:

—Ya, ya déjame, bájame... déjame ¡en paz!

Y como no le hacía caso, buscándole su fuente de energía, éste como si fuera un chihuahua rabioso, me mordió la mano de forma tal que parecía que me quería arrancar el pedazo. Logré zafármelo y lo aventé al sofá.

Me senté rápidamente frente al ordenador, y le decía al teclear a mi amigo Héctor...

— ¡Habla, está hablando, Héctor!

Y el títere solo repetía lo que yo mismo decía a voz baja; para burlarse de mí, "Habla, está hablando, está hablando, Héctor".

Hasta que por fin me contesta mi amigo Héctor que me dice...   “ya no me cotorrees Polo”. Mientras al leer el títere como un perico demoniaco repetía: "Está hablando, está hablando ya no me cotorrees ¡Polo! hehehe".

Y con una diminuta pero burlesca y cínica voz decía:

—"Yo también me llamo Jéctor, salúdame a mi homónimo tío Héctor hehehe!"

Pero yo, yo, yo lo ignoraba y éste solo repetía:

— Hazme caso, Polo, hazme caso. ¡HAZME CASO! —Decía el títere Jéctor, mientras en el ordenador yo le decía a mi amigo Héctor: —Héctor ¡Me está hablando un mono! y dice que es tu tocayo el MONO.

— ¿Cuál mono? ¿CUÁL MONO? —Decía en tiempo real el títere ¡Jéctor!

— ¿Cuál mono? ¿cuál mono? —Decía por el intercomunicador ¡mi amigo Héctor!

No aguanté más y me fui a encerrar a mi habitación sin apagar la computadora; y dejando afuera al títere... al títere que se dice llamar Jéctor... Mientras grita con gran saña por la puerta:

— ¡HAZME CASO, HAZME CASO! ¡ABRE! ¡ABRE! O, te tumbo la puerta mugre POLO.

Por el dolor de cabeza que esto me ocasionó, me tuve que tomar dos aspirinas sin agua, con tal de no salir de mi pequeño cuarto de mi pequeña casa; para no encontrarme con esa pequeña calamidad; y exactamente a esa diminuta pero rara hora, sonó el celphon, era mi amigo Héctor para preguntarme:

— ¿Qué te está hablando un mono, cuál mono?

—El títere, el títere —le dije— que dice que se llama Jéctor!

— Ay nanita, —dijo Héctor y le cortó.

— ¿Ay nanita?! ¡AY NANITA! ¡NO LE CUELGES HÉCTOR!

Pensando en si llamar para pedir ayuda o qué clase de broma era esto, que sin darme cuenta me quedé dormido. Al día siguiente después de haber dormido unas cuantas horas, parecía todo un mal sueño y me fui a checar mi Facebook a la compu. Pero, de repente éste sale sigiloso y me dice:

—Aquí toy, ¡aquí toy! no soy mono, no soy mono. Mi tontín me llamo Jéctor pero me gusta que me digan ¡Jectorín!

En medio de mi desesperación y enojo, intenté llamar a la policía, pero al tomar el celular el títere me dijo enfática y burlescamente:

—Van a creer que estás ¡bien loco! Llámales, llámales que risa, ¡hehehe!

Cuando de repente escucho el "knock knock" de la puerta. Era mi sobrina que me pregunta:

— ¿Con quién habla tío? —Con nadie Nina. — ¿Con nadie? ¿Cómo si hasta mi casa se oyen sus gritos tío Polo?! ¡Ay qué bonito! ¿Lo compró para mí, tío Polo? ¿Me lo presta? ¿cómo se llama?

—No, Nina, se llama Toto y no, no lo compré para ti, y no te lo puedo prestar tampoco.

—Ándele regáleme a Toto.

—No, Nina, no te lo voy a reglar, y, anda, que allá te habla tu mamá.

Tuve que empujar a la niña para fuera, prácticamente; pues esta situación me tenía muy nervioso y apenas cerré la puerta y el títere me empezó a gritar — ¿CUÁL TOTO? ¿estás tonto? ¡TE DIJE QUE ME LLAMO JECTORÍN!

Empezó a correr tras de mi el mentado títere Jectorín, como si fuera un pequeño perro rabioso, pero éste aún más escandaloso, con sus dientes de pino; o debo decir de encino afilado, sus dientecillos más filosos que un tenedor con filo, micro, micro afilado.

— ¡NO TOTO, ES QUE ASI LES DICEN A LOS JECTORES! —Le gritaba— ¡NO JECTORÍN!

¡Ay! ya casi me mordía. Y, me perseguía rabioso el títere Jéctor (perdón Jectorín) por toda la casa, hasta que logré atraparlo alejándomelo de la cara y de todo mí para cuidarme de sus afilados dientecillos... Empecé a respirar profundamente, mientras el títere Jéctorín hacia lo mismo (arremedándome). Cuando de repente tocan a la puerta, era mi sobrina otra vez que me pregunta:

— ¿Qué estaba haciendo corriendo y gritando por toda su casa, tío Polo? Lo vi por la ventana. ¿y, a qué juega con Toto?

LA LLAVE
Capítulo 2

— ¿Otra vez tú?, ¿y ahora asomándote por la ventana, Nina?... no, no estaba jugando con él, solo hacía un poco deee… de ejercicio.

—Pero también escuché que estaba gritando,  —dijo la pequeña con un gesto de diversión en su rostro.

—Pues sí, es que así es mi ejercicio, me sirve para sacar el stress, a veces debo gritar un poco y… y,  a veces no lo tengo que hacer, pero así es esto, cosas de mayores.

— ¿Y cuándo me va a invitar a jugar con Toto?, me gusta mucho, y si me lo presta se lo puedo regresar más tarde.

—Es que no es mío Nina, me lo dejó aquí un amigo para que se lo cuidara y no debe tardar en venir por él, si no con todo gusto te lo prestaría, y… otro día te dejo pasar, es que estoy por comenzar los quehaceres de la casa.

La niña, echó un vistazo curioso y rápido al muñeco que posaba sobre el sofá de la sala, sonrió y aparentemente se fue satisfecha con esa respuesta.

Me tuve que sobar esa mordida que aún me dolía en la mano; pero que cosa más loca me han estado sucediendo en las últimas horas, ¿estaré sufriendo de alucinaciones?, pero no puede ser, si lo único que ingiero son aspirinas y medicamentos comunes de vez en cuando. Me debo relajar, y que mejor que para eso, una buena caminata hacia la playa, a contemplar el mar un buen rato, y me ayudará mientras tomo algo de sol.

— ¡Pero aquí te quedas tu, bien sentadito Jectorín, no quiero que hagas ningún desastre!… ah, ahora ¿con que serio e inmóvil?, que, ¿ya se te acabaron las pilas?... espero que sí.

Tras unos segundos de silencio y de rascarme la cara con una mano, de repente, el muñeco giró su cabeza hacia mí;  el susto hizo que involuntariamente diera un paso hacia atrás, para luego escucharlo…

— ¡Jáh!, ¡ya vete a la playa Polito!, yo también necesito descansar… vete, yo cuido tu linda casa… Polito!

 — ¡Ah, condenado títere, ahora hasta en diminutivo me hablas! ¡y con lo gordo que me caen los diminutivos! pues sí, tú te quedas, que yo no tardaré más de una hora, y te llevaría a encerrar a mi cuarto, pero no tengo ganas ni de tocarte, y si para cuando vuelva ya no estás, si te desapareces para siempre de mi vida, créeme que te lo voy a agradecer mucho.

Antes de salir, tomé algunas monedas y la llave de la puerta principal, que estaban juntas y sobre la mesa y, para no ser presa de los nervios salí de ahí lo más pronto que pude. Me encaminé hacia la playa, la cual no me quedaba a más de medio kilómetro, vaya, hasta se me había olvidado comer algo; me preocupaba que me fuera a enfermar por esta inesperada situación que ahora estaba viviendo.

Una vez en la playa, me senté sobre una roca a ver el sublime y azul horizonte, a la vez que la brisa marina cumplía con el propósito de relajarme. Poca gente iba y venía de un lado para otro, y por eso me agrada ese lugar, niños corriendo, chapoteando, vendedores… “sí, vendedores”, sería bueno comprar algo, cualquier cosa es buena en este momento para comer, aunque no tenga mucha hambre.

Estaba a punto de sacar dinero de mi bolsillo cuando vi que se acercaba Doña Teresa, una señora que siempre en sus comentarios, estos iban dirigidos al flirteo, no podían ser más directas sus supuestas indirectas, cuando me decía cosas, como que le gustaba la manera de como el sol brillaba en mis pupilas, o que le agradaría mucho tomar un café junto a mí, pero que no fuera precisamente en ese lugar —la roca donde estaba sentado—. En, fin, traté de no hacer contacto visual con ella, y me levanté de inmediato con el pretexto de comprar algo, pero al sacar las monedas que llevaba, me dio por palpar el otro bolsillo, donde acostumbraba poner la llave de la casa, pero nada, ¡no había nada!, el dinero si estaba pero la llave ¡no!, saqué las 3 monedas que me acompañaban y no, ni por error puse junto a ellas la llave… ¡LA CASA QUEDÓ ABIERTA!

Me moví de ahí con pasos agigantados, luego a trote; seguramente doña Tere se me quedó mirando y pensando que huí  de ella, y en parte eso sería verdad, pero que me importa eso, ahora tengo que llegar a la casa, no sea que se me vaya a meter algún ladrón, y por otro lado, si el muñeco loco ese llamado Jectorín aprovecha y se va, pues sería lo mejor que me pueda pasar el día de hoy.

Después de seis minutos de regreso a la casa, lo cual fue algo rápido para mí, llegué y con la nueva sorpresa me detuve, ¡oh no!, la puerta estaba entreabierta.

 —Pero ¿cómo pude ser tan imprudente?, ¿y ahora? o alguien entró, o alguien salió, o ambos casos.

Tomé un palo largo, que fue lo primero que encontré en el suelo y sigilosamente entré, y desde la puerta eché un veloz vistazo a toda la casa, aparentemente todo tranquilo y en su lugar, solo que sobre la mesa, a un lado de la computadora no vi mi llave, ¡caray!, se me habrá caído en la arena de la playa, o ¿dónde la habré dejado?, tenía una de repuesto muy bien guardada, pero me preocupaba esa en particular.

¡Pero claro!, el travieso Jectorín ya no estaba sobre el sofá, sentadito como lo dejé, con la confusión de la persecución que me dio, de seguro creí tomar la llave o el mismo la agarró para hacerme desatinar.

Entonces me dio por llamarlo por su nombre, ¿Jectorín? yéndome por todos los rincones de la casa, como quien busca a su mascota, que tal vez esté escondida en algún rincón. ¿Jectorín? Nada, no había respuesta alguna.

—¡Jectoriiiiiín, canijo muñeco!, ¿dónde te has metido?, comencé a llamarle..., pero recapacité, la puerta está abierta, ¿para que lo busco?, está más que claro que se fue. ¡Me he librado de ese pillín y por accidente!

Después de un breve, pero sustancioso desayuno, me dispuse a comunicarme con mi buen amigo Héctor por el chat de nuestra red social, esta vez me tenía que escuchar, me crea loco o nó, me tiene que escuchar toda esta locura que me ha ocurrido, en eso, en un movimiento brusco, algo sonó en mi bolsillo izquierdo del pantalón al chocar contra la orilla de la mesita.

—¡No puede ser, es la llave de la casa!, pero, ¿qué es lo que está sucediendo aquí?, como vas a desaparecer y luego aparecer de nuevo, llavecita?, y mientras veía incrédulo la llave que creí extraviada, entre los dedos de mi mano derecha, un grito no muy lejano me hizo voltear mi vista y atención hacia la ventana de enfrente:

—¡Ninaaa!, ¡ya regresa ese feo muñeco de donde lo hayas tomado o te voy a castigar...!

PESADILLA
Capítulo 3

Era mi cuñada que reprendía a mi sobrina porque... ¡traía a Jectorín!

— ¡Nina! ¡Ninaa! trae pa’tras ese muñeco! ¡NINA! —yo también le gritaba pero con los pelos de punta— ¡NINA!

Es que es mucha responsabilidad de mi parte pues ¿qué clase de demonio es ese? Y me salí corriendo por el mono… digo por Jectorín, y en el momento más inoportuno frente a mi puerta aparece doña Tere:

—Le traigo su publicación semanal, don Polito.

—Doña Teresa, ¡ya le dije que no me interesa! —le dije en medio de mi preocupación a ver a mi sobrina jugar con Jectorín—  ¿Su hojita para leer? —Replicó doña Tere

Me quedé pensando por unos breves segundos, pero muy bien pensados, respiré profundamente, y le dije: —Sí, “mi hojita para leer”; ahora me disculpa que traigo algo de prisa… Sí, adiós, adiós, adiós doña Tere.

Me dirigí a donde mi sobrina, y le dije:

—¡Nina dame pa’tras ese mono! ¡Niña ladrona!

—No, cuñado, usted no va a tratar así a su sobrina, su sobrina es mi hija, y ni que se lo fuera a robar, me ofende. —Dijo hinchada, mi cuñada Graciela, clueca, esponjada; como cuando se enojan las gallinas.

—Graciela, —le dije— es que ese muñeco ¡está endiablado!

—Endiablado su abuelito, cuñadito.

Y mientras discutía con mi cuñada Graciela. Nina y su hermanito Tito, se peleaban por…

—Toto ¡es mío!

—Préstamelo ya jugaste mucho con Toto.

Y, lo jalaban de sus brazos de un lado y para otro…

—No se preocupe cuñado Polo, más tarde le llevamos su muñeco a su casa, no le va pasar nada. —Me dijo cínicamente mi cuñada como siempre con odio en su mirada— o, ¿qué a poco nos ve la cara a mis niños y a mí de delincuentes?

Me regresé a mi pequeña casa, buscándome la pequeña llave que se esconde y no se esconde, con mí ahora, pequeña pero menuda gran preocupación que me ahoga y que me asfixia. Tan gorda que me cae… Graciela. A ella sí que se la coma el mono… digo, Jectorín; pero y ¿mis sobrinos?, ¡son sangre de mi sangre!

Queriendo buscar de inmediato una solución a este problema; intenté hablar con mi hermano Lino, el esposo de Graciela, pero ¿qué va decir? ¿qué estoy loco? ¿y, si en verdad lo estoy? Me sosegué por un momento… Y, dije, “ya sé, me voy a comunicar con mi amigo Héctor, me debe muchas, me tiene que ayudar, ¿a inventar un plan?, ¿una idea? ¿Algo que me ayude a encontrar una solución?, ¡Algo!”
Y, me puse en contacto con él por el chat… Para decirle:

—Héctor, fíjate que mis sobrinos se llevaron al mono…

— ¿Al títere que habla?

—Sí, a Jectorín, me tienes que ayudar, Héctor, ese muñeco es un monstro.

— ¡Ay nanita! —dijo Héctor— y me volvió a bloquear... y, el chat se quedó mudo.

Todo estresado; otra vez, y una vez más me preguntaba, ¿Qué hago?

Mientras por mi ventana, por el peculiar paisaje, veía jugar a los tres... a Nina, a Tito, y a Toto, pero ¿cómo? Si a Jectorín no le gusta que le digan Toto, ¿qué me pasa?

No voy a poder con mi conciencia si les pasa algo a mis sobrinos, ¿pues de que material está hecho ese mono? ¿y, porqué habla? ¿y, porqué se mueve? Empezaba a oscurecer y quería prender la chimenea, para quitarme este terrible frio de diciembre, pero el pendiente y la preocupación me lo impedían.

Cubriéndome con una vieja cobija de lana, recostado en mi sofá, esperaba y esperaba, ¿una idea, una solución, una llamada?

Y, mientras se me ocurría qué hacer, esperaba igual a que me regresaran a, Jectorín. De pronto, empezó a llenarse el lugar de muchas patrullas, bomberos, y ambulancias… E, incluso ¡una van del CEMEFO!

Salgo corriendo y les pregunto, — ¿pues qué pasó? ¿qué está pasado en ca’ de mi hermano? —Lo sentimos mucho —me dijo el oficial mayor—, todos los cuerpos están decapitados. —¡NO,NOO,NOOO! —Gritaba a los cuatro vientos—. No, no podía ser, esto debe ser una pesadilla…. NO!

Y, di un giro tremendo hacia la casa de mis sobrinos, con tremendo horror; un movimiento brusco, quería atrapar a Jectorín para desbaratarlo… Pero al hacerlo, me caí del sofá…
Sí, todo había sido una pesadilla…

¡Habla, muerde, corre! Seguía hablando como si la pesadilla no acabará; o, apenas estuviera empezando…

Eran las tres de la mañana, angustiado, delirando, sudando en frio, todo preocupado porque no me regresaron a un muñeco que compré a un dólar; un títere que no acepta que le digan mono, y que NO le gusta que le digan Toto; pero sí que le digan JECTORÍN.

NOCHE DE INSOMNIO
CAPITULO 4

No supe a qué hora me quedé dormido,  ni cuantas horas dormí, ya que de pronto un sonido extraño me despertó cuando aun todo era oscuridad… eran unos golpecitos por la ventana, eso es, otra vez esos vientos latosos.

Me dispuse a levantarme para cerrar bien esa ventana y me dejara dormir por un rato más, cuando vi como relampagueaba el cielo. Estaba lloviendo no muy a lo lejos y esa lluvia se acercaba.

Y, yo sin el condenado Jectorín; fuente principal de mi insomnio y ahora también de mis pesadillas.

Bueno, decídete Polo y ve a cerrar esa ventanilla como debe ser ─me dije.

Encendí la lámpara de al lado de mi cabecera de la cama, porque a decir verdad, hasta miedo me da tan solo el pensar que el mono se esconda debajo de mi cama, pero no, Polo, no seas miedoso, si bien sabes que el mordelón mono ése está en casa de tus sobrinos.

Cerré aquella ventana y con más frio que miedo me metí a la cama de volada, vi la hora que era y apenas pasaban de las cinco de la madrugada.

Piense y piense, vueltas y vueltas, tratando de dormir un poco más… pero ¿cómo recupero a ese muñeco?, estoy seguro que frente a los niños no ha cobrado vida, como lo hace cuando está conmigo, y que no lo haga, no quiero que les vaya hacer daño, que si los lastima, lo arrojo a un pozo para quemarlo al méndigo.

En aquella oscuridad que de nuevo me envolvía, distinguí un objeto blanquecino de donde tenía colgada mi chamarra, ¿pero qué es eso?, si conozco cada cosa de esta habitación y eso antes no estaba, parece un ojo, alguien que me está mirando… pero que locos trucos me juega la mente, ni que fuera un cíclope… mejor no volteo a verlo.

En parte, la oscuridad reinante era debido a que afuera el cielo estaba muy nublado, cargado con nubes tan negras que la lluvia comenzó a escucharse, ahora sí… y cada vez un poco más fuerte.

No tardó aquello en tornarse en una verdadera tormenta con rayos y truenos, y yo que siempre me informo y adelanto a los cambios climáticos, pero claro, con el ajetreo y tanto revuelo por el mono Jectorín no me enteré esta vez de los avisos del clima.

Ya de pronto se iluminaba la habitación por la luz que entraba por la ventana, y de pronto pegaba un brinco entre mis cobijas por el estruendo del trueno… y no soy miedoso, solo es que parece que los rayos casi caen encima de la casa.

Después de sentir ese escalofrío que me dejó el sonido del último trueno, llegó una calma… sin ruidos, así tan tranquilo que la misma lluvia parecía apiadarse de mí, pues golpeteaban sus gotas a un ritmo tan suave que finalmente me comenzaba a relajar, “por favor, así que se quede la lluvia un buen rato, necesito dormir”.

En eso estaba, cuando comencé a escuchar unos sonidos similares a unos ligeros pasos, ¡uy! pues ¿quién anda allá afuera de la casa a esta hora y con este clima?

Cada vez los oía más cerca, como los de un perro,  tal vez varios, claro, ahora recuerdo que mis vecinos que viven cerca del cerro han mencionado que hay perros salvajes, que cuando llueve o tienen hambre buscan refugio en las casas, pero no los quieren por bravos y los echan a pedradas.

Honestamente, estaba seguro que todo eso me lo estaba imaginando, así que decidí ignorar todo cuanto oyera, para poder conciliar el sueño, mas…

De pronto, un rechinido se dejó escuchar, me parece que es la puerta principal de la casa…y unos pausados y sigilosos pasos, los escucho con claridad, pero ¿qué, es mi imaginación?, ahora los escucho aquí dentro de la casa; no me lo estoy imaginando, es… es algo que viene acercándose hacia mi cuarto, y yo, dejando la puerta abierta.

Traté de encender la luz, y digo traté, pero no prendió la lámpara…

Ah, no puede ser, alguno de los rayos seguramente cayó en un transformador, y dejó sin electricidad a esta zona donde vivo. Pero calma Polo, calma, las bestias no pueden meterse a tu casa si todo está bien cerrado.

La verdad que las cobijas ésta vez podrían llamarse pánico y éste pánico me cubría de los pies a la cabeza; tan solo mis ojos muy abiertos se asomaban para ver qué era lo que venía acercándose entre las penumbras de la sala y hacia mi habitación… pero ¿por qué no cerré la puerta antes de acostarme?... hace ruidos, como que choca contra los muebles, ¡oh no, se está acercando!

Y lo hice… me armé de valor, de un brinco salí de la cama, corrí a cerrar la puerta, y apenas lo hice cuando escuché frente a mí y del otro lado de la puerta, con total claridad, una vocecilla que pude reconocer:

─ ¡Poloooo, abreee! ¿Por qué me abandonaste en casa de tus sobrinos?… ¡esos detestables escuincles, que no saben tratar a un hermoso muñeco como yo!

─ Si yo no te llevé con ellos, y, ¿cómo es que entraste aquí? ─le respondí.

─Polo, hazte responsable de mí, que soy tuyoooo! … que ni me robe de nuevo tu sobrina Nina, o le haré travesuras…¡uy que ni se imagina ella lo que le puedo hacer!, como el susto que le tuve que pegar al tal Tito, jajaja ─me habló de nuevo aquella risueña y burlesca voz.

─ ¡No se te ocurra hacerles daño, que… apenas lo iba a insultar pero Jectorín no se callaba ni me escuchaba.

─ ¡Polo, aun no has desquitado ni un solo centavo del dólar que pagaste por mí!

Mejor no le quise responder más, me pareció que lo más prudente era no seguirle el juego a ese infame muñeco…que después de varios minutos y “abreeeme Polo” dejó de insistir.

Y realmente impresionado con la declaración de Jectorín, tropecé con la orilla de la cama, y fui a dar al suelo, mientras aun temblaba de miedo, en eso la luz volvió; había dejado encendida la lámpara, y lo primero que hice fue ver hacia mi chamarra, el objeto blanco que había visto era un papel que sobresalía de uno de los bolsillos,  ¡ah claro!, era la hojita que me dejó doña Tere, y algo me hizo tomarla, vi que al reverso traía su número telefónico y agregaba textualmente que para cualquier duda o “necesidad” podría llamarla cuando yo quisiera...

Pero que señora más mañosa, claro, aprovechó que me iba a quedar con este papelito y… pero, ¿si le llamo a ella y le cuento al menos un poco de lo que me ha estado pasado?, es que  mi supuesto amigo Héctor siempre me deja hablando solo en el chat, o no me cree nada, o me tilda de loco, o es un cobarde de primera… necesito hablar con alguien de esto, y si no me queda de otra más que doña Tere, pues le haré una llamada a ella…

Tomé el teléfono, solo marqué dos números y arrepentido mejor lo solté… no, luego ¿cómo me quito de encima a esa señora?

LA CALAMIDAD
Capítulo 5

O, ¿qué? ¿Qué hago? ¿Le hablo, o no a doña Teresa? Tengo que platicarlo con alguien o me termino de volver loco, pero no a esta hora de la madrugada… ¿A ver si no cree que es una declaración de amor; o, a ver si no se transforma en un “Héctor” que quiere solucionar todas las cosas con un “¡Ay nanita!”? ¿De qué sirven los amigos de toda la vida si con el primer problema, son los primeros que te dan la espalda?

Sí, mañana temprano le hablo a doña Tere; lo haré después de desayunar. Y, mañana que salga del cuarto, a ver qué novedades me tiene esa calamidad al abrir la puerta… Agarré el teléfono y, con el teléfono en la mano traté de conciliar el sueño; considerando la hora, lo poco que quedaba para dormir… Y, me volví a la cama metido entre las  cobijas como si estas fueran mágicas y me fueran a liberar de todos los peligros.

Rápido salió el sol, ¿Cuánto dormí, dos o tres horas? Ni me di cuenta, pero ya viene la hora de la verdad. Me dirigí a la puerta, la abrí despacito…

—NO JECTORIN!! NOOO!

Hay estaba Jectorín acechándome como si fuera un perro rabioso listo para morder.

— ¡Hazme caso! —Me dijo el cínico muñeco mientras me daba cuenta que todas las cosas de la casa estaban tiradas en el suelo.

— ¿Qué quieres? —Le dije— ¿Y, por qué yo?

—¡Qué me atiendas!

—NO, Jectorín, no avientes ¡los utensilios! ¡No! ¡Hay deja los platos! ¡No los tires al suelo!! ¿QUÉ QUIERES?

—Atención, Polito.

No aguanté más, me metí al baño con el teléfono celular, y le hablé a doña Tere.

—Señora ¿Teresa? —Le dije todo estresado antes de que me saludara— ¿a qué hora la puedo ver en su casa?

— ¡Don Polito! ¡Qué gusto! A la hora que ¡usted guste! Pero que sea en la noche por que hoy tengo junta en el salón del reino.

—Como a las 7 ¿de la noche? ¿Le parece bien, doña Tere?

—Sí, don Polito, aquí lo espero a las 7, papacito.

—Adiós, doña Tere.

Salí del baño, y me dirigí a la cocina; no podía creerlo… Hay estaba frente a la parrilla el mentado “muñeco” inquieto como un ladrón buscando y sacando todo de mis muebles de la cocina.

Al verlo ir allá para acá como si fuera una persona, reflexionaba para mí, ¿qué clase de pesadilla es está que estoy viviendo? ¿Locura? O, ¿será alguna creatura alienígena del espacio exterior? o, ¿existirán los hechizos?

—Hazme caso. —Insistía Jectorín.

No podía hacer más que ignorarlo; y me puse a recoger la casa, pues Jectorín al aventar todos los utensilios y los platos al suelo parecía una zona de desastre, que bueno que todos los platos que tengo a la mano son de plástico y no halló los de cerámica... Mientras Jectorín seguía haciendo desorden y me veía con ojos de burla, y su dialogo, imperativo como si él fuera el de los hilos y yo su títere… Y su “hazme caso.”

Así se me fue todo el día, con la novedad que Jectorín se regresó por sí mismo de la casa de mis sobrinos…. Y, luego lo que más me preocupaba; la amenaza y el aviso que me hizo… ¡Qué le hizo una maldad a Tito! Otra vez me inundaron los nervios… No —pensaba para mí— las malas noticias llegan pronto…

Apenas me di oportunidad de comer algo frio que había en el refrigerador, y no me di cuenta que ya eran las seis y media…

“Te voy a tener que dejar aquí un rato” —le dije— mientras buscaba la llave. ¿Y, la llave? ¿Dónde dejé mi llavecita? Y, me puse a buscarla, mientras el reloj seguía moviéndose… Jectorín solo se me quedaba viendo como lo que es, una calamidad…

Luego, empecé a pensar mal… ¿Tú tienes la llave, verdad, Jectorín?

—Sí, yo tengo la llave y tú no vas a ningún lado, “papá”.

—Dame esa llave inmediatamente, Jectorín, ¡mira que ya pasan de las siete!

—No, la llavecita es mía, “papá” y tú no sales. —Me respondía burlescamente.

— ¡Bueno, quédate ahí, que ya me voy a mi cita con doña Tere!

—Vete a gusto “papá”, ¡a ver cuándo regreses que novedades te tengo “papacito”!

Discutiendo con Jectorín, el tiempo pasaba, y, no me quedó otra que llamarle a doña Tere, para decirle que mejor viniera ella para acá; porque había perdido la llave de la casa.

Por fin alguien tocó la puerta….

Era mi sobrina… que me dijo: —Se llevaron a Tito al doctor, lo mordió Toto. Pero, vengo por él porque ya somos novios, y nos vamos a casar, ¿verdad, Toto?

El muñeco se quedó inerte, mientras yo le gritaba a Nina, — ¡No Nina! Estás muy chiquita para que andes con esas cosas. La empujé para afuera de la casa y cerré la puerta. Mientras Jectorín a carcajadas me decía:

—A la mejor vas a pasar a ser mi tío, “¡papá!” Pero a ver cómo le haces para que mi “novia” ya no me diga Toto! Ya te dije que me cae muy gordo que me digan Toto, y solo me gusta que me digan Jectorín.
Alguien volvió a tocar la puerta. —Ya llegó Teresa, dije—. No. Era mi hermano Lino, que me dijo:

—Llevó Graciela a Tito al hospital, lo mordió… Ellos dicen que fue tu mono, ya no les metas cosas a la cabeza ¡Polo!, y préstamelo que Nina quiere jugar con él, está llorando.

— ¿Entonces quién mordió a Tito? —Le pregunté muy preocupado a Lino.

—Un perro, ¿qué más? ¿Por qué les quitaste al mono?

—No, Lino, yo no les quité nada y ya no se los voy a prestar. Es mucha responsabilidad; no es mío, lo tengo que entregar pronto, y, ¿si lo rompen?, no es un juguete.

—OK, hermano, ya verás cuando se te ofrezca. Adiós.

Y se fue muy molesto mi hermano Lino. Tocaron a la puerta otra vez. Ya llegó doña Teresa, dije.

—Hola, Polo, me extrañó mucho que no me llamaste para mi cumpleaños, llevas años haciéndolo. —Era mi amigo Héctor.

—Discúlpame amigo, que milagrazo. Pensaba que eras mi vecina, y sí, tienes razón se me pasó llamarte, es que he tenido muchos problemas. Feliz cumple, campeón. Yo creía que creías que me había vuelto loco, y que ya me habías mandado por un tubo… por el mono.

— ¿Por el mono que habla?

—Sí, pero no le digas mono que se enoja.

—Sigues con esa broma, ¿Polo?

—Míralo—le dije—se ve inofensivo; pero habla, corre, muerde.

 — ¿A ver? Deja verlo.

Héctor lo tomó —dijo a la mejor es de pilas— y lo empezó a esculcar, y cuando lo tenía de frente, Jectorín que se le echa encima y lo agarra con sus brazos de la cara presionando a mi amigo Héctor; que lo empuja y lo suelta.

—Esas bromas no se hacen—me dijo enojado mi amigo Héctor—yo que vine a que me felicitaras; y con tu juguete de control remoto me tiras unos golpes en la cara… ¿así tratas a tus amigos?

—No, Héctor, te digo que esa cosa tiene vida propia.

Héctor se levantó desconcertado del sofá se dirigió a la puerta y me dijo:

—Ojala un día madures, amigo Polo. Adiós.

Para subirse a su carro, con todo y el aguacero fui tras de él y le gritaba: —No es broma, Héctor! No es broma! Tiene vida propia! —Arrancó su carro, y se fue...

Me metí otra vez a la casa para decirle a Jectorín: —Por tu culpa ya perdí a mi mejor amigo.

Cuando de repente unos golpes fuertes y con ritmo sonaron a la puerta:

—Hola, don Polito, ¿ya encontró sus llaves, si quiere ahorita lo ayudo a buscarlas? —Esta vez sí era doña Tere; que venía muy bien arreglada, tal vez por su reunión que tuvo en su “reino”, o tal vez, para cautivarme:

—Tan bien arreglada que viene doña Tere, que pena; y yo con mis mismas garras de siempre.

—No se fije don Polito, ¿para que soy buena?

—Lo tengo que platicar con usted, señora Tere; menudo día que he tenido, y necesito platicarlo. ¿Tiene tiempo para escucharme?

— ¡Ay que interesante tiene un…”dummi”! ¿A poco es ventrílocuo don Polo?

—No, doña Tere, no es un “dommi” es un  títere, mire en su cabeza y en su extremidades tiene esos ganchitos para los hilos… Y, es de él de quien quiero hablare.

—Adelante, don Polito. Soy toda suya. —Decía doña Teresa mientras sostenía Jectorín en su regazo.

—Aléjeselo doña Tere, ese muñeco es malo, y desde que llegó a mi vida ese muñeco, me la ha hecho de cuadritos…

— ¡Ay! Don Polito ¡que chistoso! Qué bien hecho ¡está!

Intente detener a Doña Teresa que lo examinaba exactamente como lo hacía Héctor y cuando le dio la vuelta, éste le estrujo parecido; parecido como lo hizo con Héctor.

Pensando que era una broma doña Teresa me dijo:

— ¿Viejo grosero? ¿Para esto me trajo a su casa?   —Se levantó doña Teresa muy indignada; para dirigirse a la puerta, mientras yo le insistía: Deje me explicarle doña Tere, ¡déjeme explicarle!

Y, corrí tras la señora Teresa con todo y la tormenta, para acordarme que… Jectorín me amenazó en tirarme otra vez todas las cosas al suelo y quién sabe qué otras travesuras más. Ya no insistí y dejé que la señora Teresa se fuera a su casa… Y, yo me regresé a la mía.


Al entrar a la casa esperaba ver a Jectorín en el sofá donde doña Tere lo había dejado pero no estaba. Llené mis pulmones de aire, y le grite muy fuerte: ¡DÓNDE ESTÁS CALAMIDAD!


LAS LLAMADAS
CAPITULO 6

Lo que me faltaba, el mono loco éste se me ha escondido.

─ ¡Mono del demonio sal de donde quiera que te hayas metido!

Por tu culpa todos se han ido enojados conmigo. Espero no te hayas ido con mi sobrina, aunque ella no tiene problemas contigo; pero que locura ésa de la niña de que el mono es su novio, todo es culpa su mamá Graciela que la deja ver telenovelas y de ahí la chiquilla agarra ideas.

Aproveché ese momento de “relax” de la noche, para revisar mis posibles trabajos en la computadora, pues eso de tener un trabajo independiente haciendo diseños para las empresas maquiladoras en ocasiones no me era muy prolífico, a veces me pagaban bien por varios diseños, y en veces los pedidos escaseaban y por consiguiente mi dinero también.

Después de un rato de búsqueda, no hubo propuestas; ni tampoco encontré nuevos clientes a quien visitar en un futuro, y es que una salida de casa, un buen respiro fuera de aquí no me vendría nada mal.

En eso sonó el teléfono, ah! es mi cuñada, que seguramente ya se va a quejar del nefasto Jectorín, ¿Le contesto?, ¿Y si el mono ha maltratado a Nina?

─ Oiga cuñadito, en verdad que es usted un malagradecido, va Lino y le niega prestarle al muñeco, va la niña personalmente y me la corre de su casa, ¿Pues qué se cree usted?, ¿que ése mono lo tiene relleno de oro, o de qué?

─Graciela, le aclaro nuevamente que no se trata de un juguete, sé que para la niña sí lo es, pe, pero… ¡pero no lo es!, deben entender eso, pídame cualquier otra cosa y se las presto con mucho gusto, es más voy a salir de casa… tal vez mañana y le pienso comprar una linda muñeca a Nina, yo quiero mucho a mi sobrina y lo saben muy bien, solo que no me entienden ustedes los adultos… ¡por favor!

─ Mire Polo, sé que ahorita no le ha caído chamba, así que ni gaste en muñecas, a mi niña le gustó el suyo en especial por ser diferente, yo nunca la había visto tan entretenida con algo, dice que no necesita ni cambiarle ropa como a las muñecas de la tele y hasta me dice que el mono Toto le habla a ella… Lino se vino muy enojado con usted, yo espero que recapacite y mañana mi hija y yo iremos a verlo y no aceptaré que se niegue a prestarle a su querido Toto, que más que capricho, la chamaca parece estar enamorada de él.

─ Esteeee… bueno, si gustan venir mañana, vengan, pero le aclaro por enésima vez, el muñeco no es mío, un amigo vendrá pronto por él, no quiero que se maltrate con nada, si no ¿qué explicaciones le voy a dar?, así que si quiere Nina jugar con él, aquí un rato se lo presto, y si tu prefieres, que venga ella solita ahí como a las once de la mañana.

─ ¡Claro, ya sé que no quiere ver mi carota, sé que no le caigo bien, pero el sentimiento es mutuo, cuñadito!

─ Cálmese ¡Graciela!, yo no tengo nada en contra suya… es verdad que no somos una familia muy unida, pero por lo menos hagamos el intento de llevarnos bien, y ya le debo colgar, tengo mucho que hacer en la casa… saludos a Tito, que se recupere pronto de la mordida del perro.

Y como esa señora nunca se calla ya mejor colgué el teléfono sin esperar a que respondiera a lo último que le dije.

Pero de algo ha servido esa llamada, ahora sé que el condenado mono no está con ellos, y no creo que esté aquí en la casa, habría ruido y desastre por todos lados, ¿Pues ha donde se habrá ido el Jectorín?... que ni regrese del pozo a donde se haya ido a meter.

Después de un rico café caliente y una cena ligera, me dispuse a irme a la cama temprano, para leer por un rato un libro y que me diera sueño lo más pronto posible, pero sonó nuevamente el teléfono de la sala.

─ Hola Polo, ¿cómo estás?, discúlpame por haberme ido así de tu casa, andaba de malas y aunque esa bromita de tu muñeco a control remoto no me gustó nadita de nada, reconozco que no debí reaccionar así contigo.

─ Hola Héctor, pues ¿qué te diré? ya no me extraña que tengas esas feas reacciones, y no te culpo, me pongo en tu lugar y no debí tener a ese mono en la sala, pero llegaste de sorpresa, y pues como he tratado de explicarte, se trata de ese muñeco precisamente de quien he intentado hablarte, no te ofendas, pero no me escuchas, amigo.

─ En serio ¿se trata del muñeco o títere ése?, vaya pues si es tan importante para ti pues creo que te debo escuchar, solo que en este momento debes ser breve, estoy por salir de casa, al cine con la familia, ya sabes… solo quería disculparme, pero a ver, cuéntame un poco.

─ Pues mira, en resumen, pero no me vayas a colgar, tu escúchame por muy loco que suene lo que sea que te diga… mira, compré ese mono por un dólar, aquí a la puerta de la casa me lo vendieron, ¿te acuerdas? y al poco rato éste ser, digo, éste muñeco me habló, me dijo su nombre, me llamó por el mío, caminó, y hasta como si fuera un perrito me dio una mordida en la mano… ya sé, ya sé cómo suena todo esto, pero lo que te estoy diciendo es que no sé si sea un ser sobrenatural o un alienígena, lo que sea, no es algo de este mundo, ¿si me explico?

─ ¡Ay Polo! Sí, claro que te explicas, luego yo te invito las cervezas (risas de Héctor) y cuando vaya a verte me explicas más, pero para entonces dejas guardado en su estuche a tu juguete de cuerda o control remoto o lo que sea, ¿sale?... te dejo, ya me tengo que ir…

Y colgó Héctor, pero al menos esta vez puso algo de atención en mi breve y loca explicación, lo bueno es que ya me desahogué un poco con él sobre esta enfermiza situación… a la camita Polo y olvídate de todos los problemas ─hablaba para mí mismo.

Al entrar a mi recámara, cerrar la puerta y ver mis almohadas y cobijas echas bola, o sea la cama sin tender me dieron ganas de lanzarme sobre ella como si fuera una alberca, y lo hice…

─ ¡Nooooo!, Polo, Polito casi me caes encima y me matas! ─surgió un grito que me llegó como latigazo en la espina dorsal.

─ ¡Jectorín, mono del demonio!, ¿qué haces aquí?, no puede ser cierto, ¿acaso tu duermes?,  ¡yo te hacía muy lejos de aquí y muy cerca de allá!

─ Polo, los muñecos no dormimos… es que te vi todo estresado y quise darte una tregua, pero ven te voy a compensar papacito! ─me contestó el títere, pero con esa mirada y sonrisa burlesca, que no podía creer en que algo positivo viniera de él.

─ ¿De qué hablas?, ¿cómo me puedes compensar, tu?... ¡vete de mi cama y salte del cuarto!

─ Yo puedo ser tu amigo, ya que por mi culpa ése tal Héctor se fue y… puedes darme cariño si prefieres, ya que Doña Teresa se fue también por mi culpa, que ya imagino lo que querías con ella, ven aquí y lléname de besos, papacito!

─ ¡No puedo creer lo que me estas proponiendo maldito títere!, ¡vamos, fuera de aquí!

Lo tomé por la espalda y lo saqué del cuarto, y me armé de valor para pasar del susto al coraje, que sujetándolo con fuerza y como pude le enteipé la boca para que no hablara, no fue nada sencillo, se sacudía fuertemente de pies a cabeza. Enseguida y sin soltarlo, tomé de un cajón de herramientas unos cables, y sin pensarlo le amarré la manos ─no podía ya morderme─ y luego le até los pies por los tobillos.

Acto seguido lo llevé a encerrar a un cuarto lleno de tiliches que tengo, ahora sí para poder irme a la cama tranquilo, ya mañana vería que hacer con él, claro antes de que llegara Graciela y Nina de visita.

Una vez en la cama, ni siquiera podía concentrarme en lo que leía, es que las palabras y ocurrencias del mono me tenían desconcertado, ¿será que en verdad quiere ser mi amigo y sea esa su forma de acercarse a mí?, ya me remuerde la conciencia por haberlo amarrado de esa manera…

VIENTOS FANTASMALES

CAPÍTULO 7



Con el libro en la mano, pensé para mí:


Y, si en vez de calamidad del demonio es una prueba de ¿Dios? ¡No! ¡No puede ser! ¡Ahora resulta que no puedo ni leer! Pensando...


En el mono ese, y las cosas raras que me están pasando, y, ¿la llave? Conseguiré ¿un cerrajero? O, ¿cambiaré la chapa? O, ¿dónde habrá escondido Jectorín la llavecita? Y, cómo si fuera poco, ¿las propuestas de trabajo que no llegan? Y, ¿los clientes que no aparecen?


NOOO... Otra vez se me va el sueño... ­ ¡Otra vez!


Otra noche de Santa Anas... Vientos fantasmales...


El viento. Otro Santa Ana. Igual que cuando recibí a Jectorín... pero ¿qué me pasa? Es una cosa... no es una persona. Es un mono hecho quién sabe de qué... Recibí no, me trajeron sí, me vendieron esa... esa cosa.


El viento furioso, está tumbando las cosas del patio; las cubetas, la regadera de plástico para regar las plantas, y los arboles le pegaban al techo de la cabaña... Y, en mi cuarto de triques está el pobre de Jectorín... Pero, ¿qué me pasa? ¿Cómo puedo tener compasión por una cosa? ¿Cómo si fuera humano? y, las vergüenzas que me hizo pasar ¿con doña Tere y mi amigo Héctor? Y, ¿la mordida a Tito?


Hay ruidos. Es el viento que azota sobre las casas. Las ramas las están golpeando. No se me olvida que un día de viento como estos, recibí... no, recibí, no... Compré; sí, sí, compré... a Jectorín; aquella vez que chateaba con Héctor... Sí, sí, compré, no estoy loco... Esto tiene que tener una explicación lógica... Pero, ¿por lo pronto, cómo sosiego mis nervios?


Ahora solo se escuchan golpes ¿de las ramas?... ¿O, será Jectorín? ¿Que con su temperamento, estará aventando todas mi herramientas del cuarto de los tiliches?


No, por la ventana se ve que el ruido está provocado por el viento. Esos vientos de Santa Ana... Como cuando... compré a Jectorín. Pero y ¿mañana? ¿Qué le digo a las enfadosas de Graciela y de Nina?


Y, si Jectorín en realidad... ¿es bueno? O, será ¿malo? ¡NO! Ya le estoy dando vuelta a las mismas cosas...


Otra vez las tres de la mañana; en otra noche de insomnio, y me encuentro diciéndome para a mí: "de una vez amigo Leopoldo tienes que averiguar qué es, quién es... ese mono de plástico, o de lo qué sea qué esté hecho”. 

Me armé de valor otra vez, y me salí de mi cama... Al poner los pies en el suelo me daba un miedo terrible; ¡Ay, a la mejor ya pisé un alacrán! Pero, no, son mis nervios... Prendí la luz pero al mover el interruptor, y otra vez... Como si tuviera “alacranofobia”.... ¿Cómo? ¿si en mi casa no tengo arañas ni alacranes? Son los nervios, amigo Leopoldo... Polito... no te asustes... Cómo siempre hablando solo.



Y, mientras me movía sigiloso, seguía escuchando el golpeteo, ¿será el viento? o, ¿será Jectorin? Abrí la puerta trasera de la casa para dirigirme al cuartito de los tiliches que tengo al fondo del patio donde horas y minutos antes había encerrado a Jectorín. El viento parecía que daba una tregua repentina, pero seguía... Con sus incansables ráfagas, mientras a lo lejos oía... Él vaivén de las ramas de los árboles... Cuando de repente:


— ¿Dónde tiene todo su dinero, tonto zopenco? —Me dijo una voz baja y ruda de alguien que me tomó del cuello y de sorpresa... Creí que me moría de miedo por el susto. 


— ¿Dinero, yo, cómo si soy muy pobre? Ni siquiera tengo un trabajo estable...



—Estúpido, ¿cree que ya le creí? ¡Ah! lo va ir a contar a ese cuartito, ¿verdad?



—No, ahí todo lo que tengo son herramientas oxidadas... No poseo nada en serio, por favor no me haga daño, suéltame, por favor, si quieres llévate cualquier cosa ¡qué veas de valor! —Le dije aterrorizado.



—A ver, tonto zopenco, ¿a ver qué tiene en su casita?



—No tengo nada enserio, y si te gusta algo de lo que poseo llévatelo.



El ladrón que me sorprendió al salir al patio me llevó de nuevo dentro de la casa y empezó a buscar y a remover todo de mis muebles, y finalmente se dio cuenta que no tenía nada de valor... Finalmente me dijo a punta de pistola:



— A ver, vamos a ver qué guarda en su cuartito de herramientas.



A punta de pistola me dirigió al cuartito de los tiliches, donde guardó mi herramienta, y... Lo abrí, alzando la puerta, pues la puerta estaba entrampada...



—Muy bien, zopenco, que bonitas están todas sus herramientas, están nuevas, ¿qué nunca las usa?, se ve que ese taladro es fino... Me lo llevo—decía el ladrón con voz burlesca y sarcástica—Y, ese monigote con cara de tonto ¿qué hace? —Me dijo el ladrón que no dejaba de apuntarme con su revolver...



—Es un títere —le dije sin darme cuenta que ya se había desatado, pero yacía inerte recargado contra la pared.



—Es ¿fino? —me dijo.



—No, lo compré a un dólar.



—Me lo llevo —Volvió a decir el ladrón—usted me está engañando, nadie le va vender un monigote así por un dólar, seguramente ha de tener buen precio en el mercado...



Cuando de repente, Jectorín, sorpresivamente le salta a la cara, diciéndole:



—A mí nadie me dice monigote cara de tonto—Y empezó a darle duro con sus mandíbulas al delincuente, al que se le cae el revolver... Y, grita:



— ¡Quítame a este enano!



Levanté el revólver del suelo, mientras Jectorín le seguía dando grandes mordiscos y golpes, como si fuera realmente un enano de la lucha libre... Le apunté con el revólver y le dije a Jectorín:



—ASÍ ESTÁ BIEN JECTORÍN. DEJALO.



Pero Jectorín no me hacía caso, y lo seguía golpeando fuertemente; y estando encima del delincuente continuaba diciendo:



—A mí nadie me dice monigote cara de tonto.



El ladrón como pudo se salió del cuarto de triques con todo y Jectorín encima de él, y fue hasta que puso los pies afuera de mi terreno brincando el portal, que Jectorín lo dejó libre... mientras el ladrón corría desesperadamente, y no sé si yo por nervios, o por la novedad, que le grite:



—Se te olvidó esto. —Y, le aventé su revólver. Pero el ladrón siguió corriendo y el revolver se quedó a la mitad de la calle. Y, las casas todas con sus luces apagadas como si no pasara nada aquí afuera.



El viento seguía soplando; pero ya no tenía miedo, ahora me daba cuenta que los ruidos no eran ni por el viento,  ni por Jectorín, pero del ladrón que a toda costa quería entrar a mi casa... Entré a la casa, sin darme cuenta que Jectorín venía de tras de mí y me dijo:

—Polito “papá”, aun no has desquitado ni un centavo del dólar que has pagado por mí. Hazme caso.

No sabía que decirle, parecía que yo era el mono inerte, y esté el ser viviente. Me quedé dormido en el sofá, no tenía fuerzas ni para irme a mi cuarto, dejé mi mente en blanco, y me dispuse a no pensar en nada...

Unos golpes en la puerta me despertaron, a las diez de la mañana. Eran mi cuñada y sobrinos que venían a visitar a Jectorín.

— ¿No hoyó el relajo que se traían unos borrachos ahora en la madrugada, cuñado Polo?

—No, Graciela, no oí nada. —Le dije mientras veía jugar a sus hijos con Jectorín.

—No le digas tonto a mi novio por que se enoja y te vuelve a morder, —le dijo Nina a Tito. 

—Perdón, señor Toto, ya no le vuelvo a decir tonto.


Yo nada más los veía, sin decir nada, pensando en los "vientos de Santa Ana" de anoche, sin importarme ya mucho, Graciela, ni Nina, ni Tito, ni el mismísimo de Jectorín.

Yo nada más los veía, sin decir nada, pensando en los "vientos de Santa Ana" de anoche, sin importarme ya mucho, Graciela, ni Nina, ni Tito, ni el mismísimo de Jectorín.


JUEGO DE NIÑOS
CAPITULO 8

─ ¿Qué le pasa cuñado?, ¿a poco se acaba de levantar?

─Sí, así es Graciela, si mal no recuerdo te dije que vinieran a las once y se me han adelantado una hora, pero ahorita termino de despertar con un buen café, ¿tu gustas una taza?

─No, gracias, yo no acostumbro la cafeína ─me dijo ella, quien por primera vez tenía un buen semblante, menos mal que dejó guardada en su casa su careta favorita, la ordinaria, la una mujer siempre irritable y malhumorada.

Algo traumatizado por la experiencia de la noche anterior y sin que me viera la visita, me salí muy silenciosamente a ver el tiradero que el viento había dejado en el patio trasero, quería, deseaba que todo hubiera sido un mal sueño, pero no, ahí estaba el cuarto de lo triques mal cerrado, adentro la cinta y los cables con los que había atado a Jectorín, y no me cabía en la cabeza ni una pizca de ideas, de como él se pudo haber desatado, pero afortunado fui de que logró hacerlo, pues me libró de ese ladrón… ¡méndigo ladrón, si hasta me amenazó con una pistola!.

"¿Zopenco? Lo serás tú ¡ratero mugroso!" ─Pensaba para mí.

De inmediato corrí hacia la calle, a ver si de casualidad seguía allí el arma, pero no, ya a esa hora del día alguien la había recogido, quizás el mismo ratero vio que se la lancé y volvió por ella… como sea, espero no caiga en malas manos; ¿y si esos borrachos de los que habló mi cuñada pasaron por aquí?, espero que no, seguramente ella se confunde porque nos oyó discutir al ratero y a mi anoche.

Entre de vuelta a la casa y sentado en el comedor veía a esos niños jugar con Jectorín, seguramente se estaban portando bien porque la mamá quien leía una revista estaba frente a ellos.

Desayuné solo aunque en ese momento éramos cinco habitantes, estaba como de costumbre yo solito en la mesa, ¿qué dije, cinco?, pero que loco me estoy volviendo, ese títere es solo eso, un muñeco… pero, no me puedo engañar, no es solo un simple muñeco, quisiera que lo fuera… cómo quisiera no haber tenido dinero aquella noche, ni siquiera un dólar en la cartera, ¿pero estaría vivo hoy si ese mono no me hubiera salvado anoche del ladrón?  Ahora resulta que es como mi amigo y que hasta le debo la vida.

Ya no sé ni que pensar.

─Cuñado, vengo por sus sobrinos en una media hora, dejé cocinando algo sobre la estufa, ahí se los encargo… y le recomendaría que los disfrute, que busque acercarse a ellos, que no los tiene aquí todos los días.

─Sí ok, ¡vaya, vaya! No te preocupes yo me encargo de ellos ─le dije, como para no seguirle mucho la corriente.

Apenas se fue Graciela y los pequeños comenzaron a hablar más fuerte:

─Nina, ya me aburrió tu ton… Tu novio Toto, yo preferiría jugar a los indios contra vaqueros, jugar con el muñeco ya me parece cosa de niñas.

─ ¡Vete si quieres!, yo me divierto mucho con Toto, porque cuando te vas él se pone a platicar conmigo.

─Pues no me voy hasta que venga mamá por nosotros; que lástima que no quieras jugar a los indios contra vaqueros… en la casa dejé unos "cuetes" (cohetes) que sobraron de año nuevo, ni modo, ah pero aquí traigo un crayón en mi bolsillo para pintarnos la cara como si fuéramos indios, ¡míralo, es rojo y voy a pintarme!

─ ¡Mira! Creo que le pareció interesante a Toto lo que dijiste, ya por fin se movió y hasta volteó a verte.

Los vi y los oí platicar un rato, pero decidí ya mejor no prestarles atención, bah!, estos niños y sus juegos…  fui a mi cuarto por la computadora y la instalé en el comedor, así que me conecté a internet para buscar las novedades y ver que sucedía en el mundo, además de mensajes, deseaba mucho tener nuevos mensajes ésta vez.

Quise aprovechar el tiempo, pues eso de despertar tan tarde y la visita me habían sacado de mi ritmo normal de vida.

Los niños por su parte ya traían un buen escándalo con sus juegos, sobre todo Tito que más que hablar acostumbraba a gritar… Trataré de ignorarlos. Me puse a leer correos pendientes y había uno nuevo de mi amigo Héctor, me presumía lo buena que fue la película que fue a ver al cine y luego algunas cosas muy interesantes sobre cómo cuidar mi salud; pero yo, yo no encontraba las palabras idóneas para responderle, es que estos niños ya estaban haciendo demasiado ruido, aventaban cosas y movían el sillón de la sala de un lado para otro, más para evitar hacerlos sentir mal y que luego se lo dijeran a su madre, mejor los dejé por esta vez que siguieran haciendo su relajo, y me fui a mi recámara con todo y laptop de vuelta… que por cierto, que bueno que anoche la dejé guardada en mi cuarto y casualmente tapada con una cobija, así el ratero no la vio, que si no, el muy bribón hubiera intentado llevársela, y digo que casualidad, pues lo que normalmente hago es dejarla sobre la mesita del comedor.

Cerré la puerta para no seguir oyendo el griterío, ahora creo con certeza que Graciela en realidad está descansando de estos diablillos y que seguramente se va a tomar más tiempo del que me dijo; vaya pero la culpa la tiene ella y mi hermano por no ocuparse en darles una buena educación y mejores valores que…

¿Qué fue eso? 

Se escuchó un sonido que en verdad me espantó, y en la sala los gritos de Nina cada vez más fuertes:

─ ¡Noooo, Toto, no lo hagas, somos indios buenos, nooo! ─Repuso Nina.

Qué susto, y que bueno que estoy más o menos sano, no sé cómo aguanta mi corazón tantos sobresaltos. 

Se trajo los cuetes ése chamaco loco, es el colmo, ahorita que termine de escribir esto y salga, si le daré su jalón de orejas, me vale que mi cuñada me deje de hablar de por vida.

Mientras eso pensaba, afuera de la habitación los gritos de Nina eran cada vez más ensordecedores, y hasta portazos había, como que entraban y salían de la casa. De plano, ni como concentrarme en responder un simple correo electrónico.

─ ¡Vete Tito, mejor veteeee!,… ¡nooo Toto, no nos mates!

Y de improviso, ocurrió ese espantoso ruido nuevamente, ¡por Dios! Se me erizó la piel del susto y por un mal presentimiento, ¿en verdad eso es un "cuete"?

Salí corriendo lo más rápido que pude hacia la sala a ver que lo estaba sucediendo, y el escenario de cómo estaba la sala de revuelta fue lo de menos, la puerta principal estaba entreabierta, pero no veía a nadie, ¿A dónde se fueron?

En un rincón, justo en una esquina y casi detrás del sillón estaba sentada Nina y comenzó a chillar en cuanto me vio…

─ ¡Yo no fui Tío, yo me porto bien, de veras!

─ ¿Pero qué pasó Nina, y tu hermanito?, ¿estaban tronando "cuetes"? ¿Fue a traer más?

Nina se veía algo alterada, y solo levantó un brazo y con el índice apuntó hacia atrás de mí.


¡No puede ser!, era Jectorín, de pie y recargado a la pared… con una pistola en la mano derecha.

Confesiones de Jectorín
CAPITULO 9

Aprovechando que Nina estaba justamente a lado de la puerta entreabierta, la empujé suavemente —con acción automatizada— hacia afuera.

Me le quedé viendo fijamente a Jectorín, quien parecía un niño travieso más, que esperaba ser castigado por su travesura.

Con una zancada rápida me abalancé hacia él y le arrebaté la pistola, aventando a Jectorín hacia el sofá.

Todo fue muy rápido, mis instintos de sobrevivencia parecían estar a la orden del día, respondiendo a cada movimiento bajo reflejos automáticos, sin darle oportunidad al “mono-muñeco-cosa de que hablara”.

Salí entonces para ver si Tito o Nina sufrían de algún daño, me era urgente averiguarlo. Menuda escena me encontré:

Estaba mí cuñada Graciela con ambos, Nina y Tito, ella al verme llevó sus manos a la cadera, en posición de reclamo, y los niños llorando a todo pulmón.

—Usted no tiene remedio ¡Otra vez me los asustó! ¿Fue con esa pistola de juguete que trae en sus manos?,  le dije que los disfrutara, ¡no que me los asustara! ¿Qué no le da vergüenza? … y mi pobre Tito queriendo tronar las “palomas” ─cohetes─ y usted con sus cosas, debe estar más que loco o borracho!

Ya estaba a punto de ponerme a darle explicaciones, para tratar de que mi cuñada me comprendiera un poco. Ya estaba a punto, solo abrí la boca, pero me detuve, ¿para qué? ¿si no me va a creer? ¿si no me va a entender? ¿Para qué?

Me di la media vuelta y me eché la pistola a la bolsa del pantalón, y me regresé a mi pobre casa, y al dar la vuelta atrás, solo oía los gritos de mi cuñada maldiciéndome y sacando su mejor repertorio de palabras altisonantes que parecían hechas a la medida de su boca y seguramente tan florido como todo lo que había en su mente.

─“¡Y le voy a decir a Lino que clase de tío es usted!”  Pero yo me negué a escucharla, estaba muy cansado y desvelado por la noche anterior, y lo peor, ahora con un arma en mi bolsillo; con la llave de mi casa perdida seguramente en manos de Jectorín.

Cerré la puerta tan fuerte, que al cerrarla los cuadros y los adornos del interior de mi casa temblaron con el impulso del aire que provocó el brusco movimiento que le di a la puerta.

— ¡Jajaja! Ay “papá”, ¿por qué estás tan enojado? ¿Qué te pasa papacito? —Me dijo esa calamidad.
—Yo te puedo ayudar a salir de pobre. —Insistía.

─ ¡Cállate, muñeco insensato!, a ver ahora como le hago para recuperar la confianza de esta familia, por si no lo sabes ello son mi familia, no tú. Tú ya tienes tiempo extra viviendo en esta casa, y ¿de que me has servido? , contigo solo hay problema tras problema, y de pilón te burlas en cada oportunidad llamándome papá o papacito, tú no eres mi hijo, ni te lo creas… ven para acá tenemos que discutir esto que acabas de hacer.

Mientras lo llevaba hacia mi cuarto para que nadie escuchara mis gritos, pensé en las recomendaciones de mi amigo Héctor, de relajarme y de que debo cuidar más mi salud, y éste intento de  diálogo con esta “persona” (cosa), no me estaba ayudando mucho, pero tenía que hacerlo, tratar de dejar las cosas en claro.

─ ¿Sabes cómo se llama esa pistola papá?, es una “Derringer Remington” ─añadió el títere para mi sorpresa, ¿como podía saber él este tipo de información?

Decidí ignorar su comentario y sujetándolo fuertemente por los brazos, lo miré fijamente a los ojos para comenzar a regañarle:

─Jectorín, desde hace tiempo busco mi paz mental, tran-qui-li-dad, ¿si sabes lo que es eso?, ¡que vas a saber! Pero apareciste en mi vida y de pronto me la has vuelto un caos, siento que estoy de cabeza, con todo lo que me rodea “patas pa’rriba”… ¿Cómo se te ocurrió usar la pistola?, ya se que fuiste por ella a la calle mientras yo dormí, en mala hora atestiguaste el momento cuando la arrojé al ladrón… y no sabes cuanto te agradezco por lo que hiciste por mi anoche, ese ratero parecía decidido a todo, pudo pasar lo peor, pero lo asustaste, y quien no se hubiera asustado contigo si resultas ser toda una calamidad.

Menos mal que mi cuñada piensa que la pistola es de juguete, que si no hasta sería capaz de echarme la policía, a que vengan por mi, ¿y que les voy a decir?, que ¿yo no fui, que fue totó?, nadie creerá que un muñeco sobrenatural, que por torpeza compré por un dólar, fue quien supo accionar el arma… ¡no, en que bronca tan grande me ibas a meter!

Y, también menos mal, que solo tenía un par de balas la pistola y que tu no atinaste a darle a mi sobrino..  ¡no, que locura!

─No le di porque solo era un juego, que si odiara a Tito tal vez no hubiera fallado ─ confesó el cínico muñeco.

─Oye, escucha Jectorín, no te quiero amarrar y echar en el cuarto de triques otra vez…

─ ¡Sueltame yá, hablas mucho “papá”!… ¡ya no te quiero escuchaaaaar! ─dijo el mono, poniéndose a gritar como loco.

─ Ok. Está bien, ya te solté, no tienes que gritar, estamos hablando, tengo muchas preguntas que hacerte…

Pero ahora, por soltarlo el condenado muñeco se subió habilmente al armario y sentado arriba de el solo se tapaba las orejas diciendo repetidamente:

─¡No oigo nada, soy de palo, tengo orejas de pescado! ¡No oigo nada soy de palo tengo orejas de pescado!

No me quedó mas remedio que fingir con desagrado que le seguía el juego. Me tapé también las orejas, hice como que no lo oía, y mirando hacia el techo de la habitación, según yo decía la misma frase que él, pero tan solo balbuceaba cualquier cosa, y funcionó… él al darse cuenta que haciamos lo mismo quiso ponerme atención, por curiosidad supongo, y entonces fue que comencé en verdad a decir algo.

─Si éste muñeco me quisiera de verdad, si fuera mi amigo sabría comportarse bien, pero no, solo quiere meterme en broncas. Si fuera mi amigo me daría la llave que me robó, y no me espantaría a mis amistades ni familiares cuando me vienen a visitar… Si Jectorín me estimara un poco, tan solo un poco, me ayudaría a levantar el tiradero que provocó en la sala…

─ ¡No, Polo, yo no los tiré, fueron ellos, mi novia Nina y mi cuñadito!, ellos me pusieron el sombrero, me dijeron que yo era el vaquero y ellos unos apaches, que jugáramos a las guerritas, y me acordé que fui por la pistola que tiraste; disparé una vez hacia el techo y la segunda a la pared, pero ellos me aventaban con cosas, me querían lastimar, gritaban mas fuerte que yo… ¡fueron ellos los que hicieron ese desastre!...

Ahora era él quien hablaba, y no lo quise interrumpir pues me interesaba eso que decía.

─Odio que me levanten falsos, y esa llave la tengo guardada, no está perdida, y te la daré mas adelante, solo si encuentras al vendedor, al que me compraste y me regresas con él, ¿sabes lo que te pedirá a cambio?, que le des mil dólares por aceptar la devolución, y no los tienes “papá”, por eso te digo que yo te puedo ayudar a salir de pobre…, pero entonces no querrás deshacerte de mi.

Esa confesión de Jectorín me dejó helado y mudo a la vez. Me le quedé viendo, yo acostado sobre la cama y el sentado arriba del armario. ¿Mil dólares costaba deshacerme de él?, y ¿acaso hablaba en serio con aquello de ayudarme a salir de pobre?

De improviso el muñeco saltó hacia mi, acelerándome el corazón, y sobre mi estómago montado me miró con esa sonrisa maquiavélica que sabe adoptar muy bien y agregó:


─¡Me tienes aquí, soy tuyo. Solo que no puedes cambiar mi naturaleza ni mi personalidad Polito!...

De improviso el muñeco saltó hacia mi, acelerándome el corazón, y sobre mi estómago montado me miró con esa sonrisa maquiavélica que sabe adoptar muy bien y agregó: ─¡Me tienes aquí, soy tuyo. Solo que no puedes cambiar mi naturaleza ni mi personalidad Polito!...

Salida de Casa
CAPITULO 10

A ver, a ver, a ver—Le dije a Jectorín—barájamela más despacio. ¿Cómo puedes tú ayudarme a salir de pobre, “papá”?—ahora fui yo quien le dijo papá—¿si tan solo eres un títere? Y, ¿para qué quieres que encuentre al vendedor que se deshizo de ti, si sabes qué no te quiere de regreso?

—La gente se arrepiente “papá”, la gente no sabe tomar decisiones, la gente como el que me vendió y como tú necesitan aprender. ¿Qué clase de lección quieres que yo te dé “papá”? ¿Si no sabes ni lo que tienes? Me tienes a mi Polito y yo te puedo servir más de lo que te puedo estorbar…

Escuchándolo atentamente, tomé a un abrigo que tenía al alcance de la mano con el que le improvisé una almohada, me lo quité cuidadosamente de encima, lo acomodé a mi lado y le dije:

—Ya duérmete Jectorín, mañana platicamos. —Le dije mientras todavía me sentía extrañado por su extraña conversación.

—Hasta mañana ¡papá! —Me contestó el pícaro como si hubiera ganado terreno.

Un estruendoso ruido de un troque me despertó la mañana siguiente, me medio vestí y salí de la casa, pues no es usual que un camión pesado se estacione frente a lo que me corresponde de la calle. Presentí un problema, que ni tiempo tuve de acordarme de Jectorín. Era personal del servicio de electricidad, quien me preguntó:


— ¿Señor Leopoldo Robledo?

—Sí, soy yo.

—Venimos a cortarle la luz. A menos que nos muestre un recibo de pago, que acredite estar pagada.

— ¿Cómo, si siempre soy puntual en los pagos?

—Aquí dice que ya se atrasó 10 semanas. Lo sentimos, —Me dijo uno de los empleados de este servicio eléctrico.

Sin más que decir, me metí otra vez a mi casa; pensando que he estado tan metido en mis nuevos problemas que había olvidado pagar los servicios de luz y agua; el predial… Y todo.

Sin trabajo, sin clientes, sin traducciones, sin… la llave de la casa ni para salir a pedir ayuda…

Tomé el teléfono y le llamé a mi amigo Héctor al trabajo:

— ¿Señorita? —Le dije a la telefonista.

—Sí, ¿dígame?

—Me comunica con Héctor Pérez.

—Un momentito.

Y, mientras esperaba que me comunicaran con Héctor; en el sofá, sentado como si fuera el dueño de la casa, muy despreocupado estaba Jectorín; observándolo estaba, hasta que me contestó mí amigo:


—Polo, te he dicho que nunca me llames al trabajo.

—Es que es muy urgente, Héctor, me vinieron a cortar la luz; y, necesito que me prestes, y si de ser posible me ayudes pagándola tú directamente.

—Ay ¡compadrito! Tengo que cortarlo, me piden que me regrese a mi cubículo.

—No Héctor, nada de… —Y, una vez más me dejó hablando solo.

Quería decirle unas cuantas cosas; pero Jectorín desviaba mi atención al verlo sentado, cómodamente, en el sofá como si fuera el dueño; como si fuera la autoridad, como si fuera, ¡mi papá! Quería tomarlo de sorpresa y aventarlo contra la pared, pero respiré profundamente y no lo hice…

—Ay “papá” que descuidada tienes la casa. —Me dijo.

— ¿Cómo quieres que la tenga? ¿Si desde que llegaste a mi vida ha sido apuro tras apuro?

Quería tomarlo de los pies para sacudirlo y sacarle la llave de mi propia casa; pero no lo hice, seguía respirando profundamente para superar los corajes; además, los asuntos de dinero me eran ahora más importantes que el mismísimo de Jectorín. No puedo contar con la familia, no puedo contar con los amigos.

¿Mi cundina? Ahora que me acuerdo tengo una cundina con doña Tere, y ella me debe varios adelantos a las mías. Ahora le toca a ella ayudarme.

—Jectorín te voy a dejar solo por este día necesito solucionar algunos problemas.

—No, “papá” tú no vas a ningún lado.

—Y, ¿qué tú vas a arreglar mis problemas?

—Tú no vas a ningún lado sin mí, “papá”.

Tomé a Jectorín, quería aventarlo lejos, pero no lo hice, seguía respirando profundamente, cerré con un aventón la puerta; pero se me olvidaba el recibo y la cartera. Me regresé para abrir, pero la puerta quedó muy bien cerrada.

—Inténtale otra vez, “papá”, —me dijo Jectorín.

Intenté; y, la puerta se abrió.

—Yo tengo el control de tu casa “papá”, —Insistió Jectorín.

Tomé mi cartera y el recibo para pagar; y cerrando una vez más de aventón la puerta, me dirigí con doña Teresa, la cual me recibió diciendo:

—Ya está muy grandote para que se cargue con su muñeco, don Polito. —Ignorando su comentario le dije:

—Necesito que me adelante mi cundina, es una urgencia.

—No, don Polito, no le adelanto nada.

—Es una urgencia, ¿Cuántas veces no le he adelantado la mía? —Le dije.

—No puedo, señor Robledo… Tal vez si me acompaña al salón del templo.

—Dile que sí, dile que sí—me susurró Jectorín al oído—dile que sí.

—Muy bien, señora Teresa, la acompaño a su próxima reunión.

Doña Tere se alejó de mi vista por unos momentos; para regresar pronto con un sobre con el dinero correspondiente a mi cundina; me sonrió y me dijo:

—Es el próximo sábado a las seis.

—Muy bien, señora Teresa, el próximo sábado a las seis.

Me dirigí con todo y pena ahora cargando con Jectorín a la parada del camión. La gente se me quedaba viendo como si yo fuera animal raro y hasta con burla. Por fin se detuvo uno; me subí y me dijo el  chofer:

— ¿A dónde va con ese mono?

—Mono lo será usted, —le contestó Jectorín.


— ¿Qué ya nos llevamos? —Me dijo el chofer dirigiéndose a mí.

Asuntos Pendientes
CAPITULO 11

Ignorando totalmente este incidente con el chofer, me dirigí al único lugar disponible para irme a sentar; traté lo más que pude para no hacer contacto visual con la gente, que al verme cargando con Jectorín no me quedaba otra que comprender lo raro que me veía yo cargándolo.

Se subió una chica y se detuvo exactamente dónde íbamos Jectorín y yo; me sentí obligado de cederle el asiento.

—Gracias, —me dijo.

— ¡Las que te adornan guapa! —Le contestó Jectorín.

La chica se apenó y se puso roja, y sin querer le di un vistazo a la demás gente la cual toda dirigía su mirada hacia “nosotros”.

— ¿Qué acaso tenemos monos en la cara? —Les dijo Jectorín.

La gente picara y burlesca no quitaba su mirada de encima de la chica, de Jectorín y de mi.

— ¿Qué? ¿Nunca habían visto a un hombre cargando a otro hombre? —Continuaba Jectorín. —La gente se reía a carcajadas. Todo muy gracioso, pero yo no podía reírme, pues sabía, como lo sé muy bien ahora que era Jectorin por su propia acción que hablaba y hacia reír a la gente, y no por mi acción.

Entre risas y aplausos se aproximó el camión a donde iba, a la compañía de luz. Me bajé a conciencia que yo no soy un ventrílocuo, mientras Jectorín me decía en frente del “público”:

—“Papá” ¡se te pasó cobrarles!

—Si de verdad fueras mi amigo no mi hicieras pasar vergüenzas, Jectorín—le dije—un esfuerzo muy grande estoy haciendo, trayéndote conmigo, tienes que portarte bien.

Y, mientras caminaba por la calle cargando al títere que habla, que tiene vida propia y que no le gusta que lo llamen por cualquier otra cosa que no sea por su apelativo afectivo, la gente por las banquetas no dejaba de mirarme; como si nunca hubiera visto a un adulto  cargando un ¿juguete? ¿Un títere, un dummy? , ¿un instrumento para entretener?

Finalmente “entramos” a la compañía de luz, había como 50 personas haciendo cola; y, aunque la gente trajera la cara larga, el rostro les cambiaba de alguna forma, cuando “nos” veían.

—“Papá”, mira que muchacha tan bonita nos tocó en frente. —Sssh, pórtate bien—le dije—si te sigues portando mal, te voy a dejar allá afuera, para que cualquier persona que pase te robe.

—No “papá” cualquier cosa pero no me abandones y no me hables feo, soy Jectorín. (La gente muy atenta).

La fila avanzaba lentamente; algunas personas se reían como si yo realmente fuera un ventrílocuo; otras se decían entre sí, “¿es un merolico?”, “no”—decía otras—“es un entretenedor callejero”.

Hacer fila cargando con Jectorín se me hizo eterno; pero después de unos quince o veinte minutos llegué al mostrador.

—Hola guapa, —le dijo Jectorín.

—En que puedo servirle. —Me dijo la chica ignorando totalmente a Jectorín.

—Vengo a pagar mi recibo, y la cuota por la reconexión, que hoy en la mañana me la fueron a cortar.

La señorita tomó el recibo y el dinero; pasó el recibo por un “scan” y la computadora pitó marcando error; vio el monitor y me dijo:

—Señor Leopoldo Robledo, su recibo y su servicio de reconexión ya han sido pagados.

— ¿Cómo, señorita, si tan solo hace unas horas me la cortaron?

La señorita, regresándome el recibo y el dinero, volvió a ver el monitor, y me dijo:

—Alguien vino y pagó su recibo a las 10:45, hace aproximadamente 15 minutos. ¿Alguna otra cosa en que lo pueda ayudar, señor Robledo?

— ¿Quién?—Le dije— ¿si yo no tengo quien me ayude?

—Nosotros—dijo la señorita—solo aceptamos pagos, no está en nuestro protocolo de servicio preguntar quién paga. Qué le vaya bien señor Robledo.

—Adiós ¡guapa! —Le dijo Jectorín.

— ¡Adiós guapos! —Le dijo a Jectorín como si realmente fuera un objeto; y yo, como si realmente fuera quien le diera vida a este objeto.

Salí de nuevo a la calle, perplejo ahora con un nuevo misterio, ¿Quién vino a pagar mi luz? Cuando de repente un preocupante pensamiento entró a mi mente: ¿La pistola? ¿Qué hago con la pistola? Sentí que alguien me veía desde un auto, volteé y era mi amigo Héctor que casualmente arrancó su carro y se pasó el semáforo en rojo.

—Mira Jectorín ahí iba mi amigo Héctor, pero no nos vio.

— ¿Cómo de que no, papá? Sí te vio, y que fea cara te hizo cuando lo hizo… Jajaja.

—A la mejor creyó que le voy a pedir ayuda, y ha de traer prisa.

—Mucha prisa, que risa… Jajaja. ¿No qué bien amable, ”papá”? Jajaja.

—Tú ¿qué sabes de estas cosas?—le decía, mientras la gente seguía pasando de largo por la banqueta— ¿si eres una cosa? las cosas no saben de amistad o de afecto. Además la pistola que tengo escondida en la casa me preocupa más que cualquier otra cosa en el mundo ahora.—Le dije—Incluso más que tener un objeto que habla en mis manos.

— ¡Ay qué miedo! Jajaja. Háblale a tu amigo Héctor para que te ayude. Jajaja. A cabo es muy confiable. Jajaja.

—Si no se paró a darnos un aventón a la casa fue seguramente porque tiene sus propios problemas; así como yo, que ahora tengo una cosa que habla cargando en mis brazos y una pistola de un delincuente en la casa.

— ¡No me digas cosa! Soy Jectorín. —Me dijo este títere pelándome los dientes que puso agresivamente frente a mi vista.

—Los verdaderos amigos no se ofenden por cualquier cosa. —Le dije.

Sin escuchar más a Jectorín me aproximé a la jefatura de policía, le dije: «tienes que portarte bien, ayúdame si realmente tienes vida propia y si realmente sabes lo que es, ser un amigo».

Había un policía haciendo guardia a la entrada de la jefatura, al cual le pedí información:

—Señor policía, recientemente un ladrón se metió a mi casa en la madrugada, quiso asaltarme; no me pregunte cómo, pero lo espanté para que se fuera; huyó sin robarse nada, pero al correr dejó tirada su pistola. Mi pregunta es, ¿qué debo hacer con la pistola?

—¿Qué hace con ese mono, mi buen?

—Monos los que están en el zoológico. —Le dijo Jectorín.

—¡Ya cállate Jectorín! —Grité a los cuatro vientos. Y, le dije al policía:

—Para ganarme la vida entretengo a la gente en los parques.

—¡Ah! Ya entiendo—dijo el policía—tiene que levantar un acta, y traer la pistola; pero le van a preguntar cómo fue que espantó a un ladrón, y esa mi buen, ni yo se la creo.

Dándome cuenta de su cinismo, e ignorándolo totalmente entré a la jefatura, pensando que tenía razón; ahora yo mismo me cuestionaba, ¿qué les digo?

—Señorita. —Le dije a una mujer policía que atendía en la ventanilla.

—¿En qué le podemos ayudar?

—Quisiera levantar un acta. Hace unas cuantas noches se metió un ladrón a mi casa, trató de asaltarme; cuando me llevó a registrar mi casa bajo su hostigamiento; se econtró con mi títere; noté que le dio miedo y lo asusté con él. Huyó, pero se le cayó la pistola al correr. Sé de la responsabilidad que es tener un arma en mi casa, ¿qué hago con la pistola?

La señorita iba apuntando todo lo que yo le decía, tomó mi credencial para comprobar mi domicilio y después de un tiempo me dijo:

—Regrésese a su casa, y en las próximas 48 horas lo visitaran unos oficiales, ellos le recogerán la pistola. Son 200 pesos por el acta.

«Punto y aparte…Y, él que sigue.

Sonreír es lo mejor
CAPITULO 12

Salimos de la jefatura de policía y esta vez me extrañó que Jectorín no le dijera “guapa” o algo a la mujer que nos atendió, esta vez sí se portó bien, o digamos que mejor.

─Creo que ya estás entendiendo Jectorín; que bueno que te portaste serio y no le soltaste algún piropo a la señorita que nos atendió. ─le dije.

─Soy lo que tú quieras “papá” menos mentiroso. ─me respondió el muy bribón y hasta me hizo sonreír.

─Bueno, menos mal que las broncas ya se están resolviendo. Pero ¿quién me pagaría la electricidad de la casa con todo y su reconexión?, Héctor no creo, porque no lo vi en la cola haciendo el pago. Aunque pensándolo bien puede que si estuviera ahí, ya que la gente me distrajo mucho al estar hablando de nosotros dos. Y eso también explica porque lo vimos arrancando en su auto cuando salimos.

─”Papá”, lo importante es que ya quedó eso pagado, tal vez ni fue ese tal Héctor el que pagó…

─Hazme un favor cosa-títere parlante ─interrumpí a Jectorín que ya empezaba a irritarme de nuevo con sus ocurrencias.─ Ya no me estés llamando papá, que ni de chiste lo soy, o te voy a abandonar por aquí en el primer terreno baldío que vea.

─Mmmm,… de acuerdo ─respondió el muñeco con una nueva mirada pícara. ─Solo si tú dejas de llamarme “cosa”, sabes que no me gusta y me sigues diciendo así, y por cada vez que me llames “cosa” yo tendré el derecho de llamarte “papá”, ¿aceptas mi trato?

─Vaya, ocurrente que eres, pues me parece justo. ¡Trato hecho!

Mientras caminábamos hacia la parada del camión, no podía creer lo que acababa de decir, yo haciendo tratos con un inquieto y loco muñeco, con esa “cosa”. Al menos en mi pensamiento podía llamarlo así todas las veces que quisiera.

A lo lejos pude ver que se acercaba el camión, y ya me sentía más tranquilo al pensar en que la policía iría a recoger la pistola que tenía bien escondida en la casa; en eso Jectorín interrumpió mis pensamientos.

─Paaa… Polo, no se te olvide cobrar a los pasajeros esta vez ¿eh? Que tengo lista una breve canción para el final del show, escucha:

♫ En la vidaaa, sonreír es lo mejoooor. Jectoriiiín es como me llamo yooo♪. Ser generoso se te regresa con amoooor♫. ─y ahí extiendes tu mano por el dinero─ me dijo hablando el condenado mono para luego proseguir.

♫Una selfie yo me dejaré tomaaaaar, dame unos pesos, no te empobreceraaas♪… Mi amo Polo no lo quiere pa’ pisteaaaaaar… ♫.

─Ya cállate, estas más loco que una cabra, eso ni rima, y ni se te vaya ocurrir abrir la boca con esas sandeces. ─le dije, pero por dentro me daba cuenta que tenía ganas de reírme, pero me reprimí.

Cuando ya se acercaba el camión y me imaginaba las de vergüenzas que me haría pasar Jectorin, un auto se le adelantó y se detuvo un poco delante de nosotros. Era Héctor y sonó el claxon para que fuera hacia él. Que afortunado soy ─pensé para mi─ de la que me salvé si es que me va a dar raite mi amigo.

─Polo, súbete, yo te llevo hasta tu casa.

Pronto estuve arriba del carro de mi amigo y fingí desde el primer momento que no lo había visto antes y que no sospechaba yo que él posiblemente había pagado la luz de mi casa.

─ Héctor, ¡que sorpresa! ¿Cómo es que me viste y me reconociste? ¿Qué andas haciendo por este rumbo?, yo te hacía trabajando.

─Nada en especial amigo, solo pedí permiso para salirme temprano de la chamba y se me ocurrió pasar por aquí, con la idea deee… que si me gustaba algo en las tiendas, tu sabes, para comprarle un regalo a mi esposa, que ya mero es su cumpleaños. Y como no reconocerte, eres inconfundible en tu aspecto, así estés dentro de una multitud, y más con ese muñeco que te cargas, me llamaste la atención de inmediato.

Y tú, ¿siempre si pagaste la luz de tu casa?

─Sí claro, y hasta me cobraron mucho de recargos, por el atraso y la reconexión que dicen harán en pocos días, a pesar de que alegué de que lo hicieran mañana, pero me respondieron que no me podían garantizar que eso ocurriera pronto… no sabes el coraje tan grande que tuve que pasar.

─ ¡No puede ser que te hayan dicho eso, que gente más tranza!, ni me digas porque me regreso a la compañía de luz a que me aclaren el pago. ─me dijo Héctor en un tono de gran molestia mientras desaceleraba el auto y lo orillaba. Con eso me confirmaba lo que yo quería averiguar, que efectivamente él había hecho el favor de realizar el pago por mí.

─No es posible Polo, ¿en serio te cobraron?, ¿cuánto pagaste? ─me dijo mi amigo sin aun voltear a verme a la cara.

─En la vidaaaa, sonreír es lo mejoooor♫ ─agregó Jectorín, quien venía en el asiento trasero y le estaba dando por tararear su supuesta canción.

─ ¿Qué dijiste?, vaya vocecita que haces amigo Polo, pero vamos, hay que dar la vuelta para ir a aclarar ese pago… ¡me van a oír esos canijos!

Ya no pude soportar la risa contenida, y ante la incredulidad de mi amigo, paré rápido de reír para explicarle que el pago no lo hice y que inventé lo demás, pues acababa de darme cuenta que era el quien corrió con ese gasto.

─Gracias amigo por ayudarme, y perdóname por la broma… te aseguro que el primer dinero que caiga en mis manos será para saldar esta deuda que tengo contigo.

─Ya me habías asustado Polo ─Me respondió él con una sonrisa forzada. ─ Y no te preocupes, en cuanto puedas me pagas, no tengo prisa… y pues ya sabes, igual te quise mentir, pues no vine a comprar nada para mi esposa, ahora sabes que fue solo para apoyarte. No creas, me remuerde la conciencia que últimamente no te presto la atención que mereces… por eso vámonos hasta tu casa. ─Héctor arrancó al carro como si tuviera mucha prisa.

─Oye, y ¿por qué saliste cargando con tu juguete, eh? No que tantos sustos te estaba dando y, ¿ahora lo sacas a pasear? ─Me dijo mientras echó un rápido vistazo al títere. ─No te ofendas, pero te ves cómico cargándolo por las calles.

No hallaba que decirle a mi buen amigo, así que le dije lo primero que se me ocurrió.

─Es que quería venderlo, pero no hallé a ningún interesado, y eso que solo pedía 10 dólares por él.

En eso y sin que Héctor se diera cuenta Jectorín se pasó hacia mi lugar, subiéndose en mis piernas.

─Y, ¿si te lo compro yo? ─declaró mi amigo, y al ver al muñeco encima de mí, se sorprendió. ─En la cartera tengo 15 dólares, son tuyos… presta ese mono para acá. ─expuso él, arrebatándome el títere.


Ahora fue Héctor quien me tomó por sorpresa a mí, y creo que a Jectorín también, pues como pasábamos por un terreno baldío en un movimiento brusco de su mano izquierda, lanzó al muñeco con fuerzas afuera del auto.

El Vendedor de Títeres
CAPITULO 13

─ ¡No, no, nooo! ¿Qué has hecho amigo? No tenías que tirarlo… me quedé sin palabras después de decirle eso, y solo estiré mi cuello para tratar de verlo por última vez.

─No te preocupes, es solo un muñeco, amigo, créeme que te estoy haciendo un favor. No olvido esos mails y llamadas que me hiciste, hablándome de ese títere con tal angustia y desesperación, y era para que hubieras hecho esto desde el principio. O, ¿que ya se te olvidó todo eso?, ¿ya le tomaste cariño?, ¿así como un niño le pasa con su nuevo juguete? ─me dijo mi amigo mientras nos alejábamos de aquel lugar, lugar que yo conocía muy bien, ya que seguía la misma ruta del camión.

─Bueno, Héctor es que… había pensado que si no lo vendía se lo iba a regalar a mi sobrina Nina, no sé si te había contado de ella, y su casa me queda muy cerca, prácticamente sus padres son mis vecinos. En verdad, no quiero los 15 dólares, mejor regresemos por Jectorín antes de que se lo encuentre algún peatón y se lo lleve. ¿Vamos? Que sea el último favor.

Héctor detuvo su coche una vez más, tomó aire profundamente, como no queriendo hacer un coraje, o teniéndome paciencia y me preguntó:

─ ¿En serio amigo? ¿hasta nombre le pusiste?, te estoy ayudando a liberarte de una vez por todas de esa cosa, que creo te tiene algo mal… como obsesionado, como si fuera tu fetiche, ¿acaso le piensas rendir culto?, como que no te creo que se lo vayas a dar a tu sobrina, a las niñas les gustan las muñecas bonitas y rubias, no esas cosas raras; hasta tenebroso me parece ese títere.

Me estaba haciendo a la idea de que mi amigo tenía razón, y que ésta era la oportunidad de deshacerme de este “objeto parlante” al que le llamé incluso calamidad.

Pensando en qué responderle a mi amigo estaba, cuando un sujeto se paró afuera en la banqueta, a espaldas de Héctor, de modo que solo yo lo pude ver… creo que lo he visto antes. Ese hombre me miraba fijamente, con cara de descontento y desilusión, moviendo la cabeza lentamente hacia los lados, como diciéndome que hice algo mal. ¿Quién es ese hombre?, ¿dónde lo he visto? ─Pensé en mi confusión. Es él, lo reconocí…

─ ¿Qué pasa? Decídete amigo, que me quiero regresar antes de que oscurezca ─me dijo mi amigo, mientras echó a andar el automóvil.

Aquel sujeto de afuera, me miraba profundamente y volvió a mover su cabeza negativamente para luego marcharse de inmediato. No supe ni que decir, solo pensaba cabizbajo… estaba seguro que era aquel tipo que aquella noche me vendió a Jectorín. Su extraña presencia, me parecía un mal augurio, haciéndome sentir que había hecho lo incorrecto por abandonar al títere.

─Tienes razón, a Nina le compraré una bonita muñeca ─fue todo lo que le dije a Héctor en el trayecto a casa, quedándome callado mientras él me contaba de sus problemas en el trabajo.

Al llegar a casa, ni siquiera lo invité a pasar, en verdad no quería, estaba agradecido por su ayuda del pago de la luz y del raite también, pero no podía quitarme de la mente, en cuál sería el destino de  Jectorín, ni el rostro de molestia del vendedor. Cosas más raras, parece que solo a mí me suceden y, que las atraigo con gran facilidad.

Antes de irse mi amigo solo agregó:

─Oye, no pensé que esto te fuera afectar tanto, si te quedaste serio por lo del mono, pues discúlpame, ya sabes que soy de arranques; lo hice por tu bien, no te vayas a enojar conmigo; por cierto, toma los quince dólares ─me los ofreció estirando la mano fuera del coche.

─No los quiero, gracias. No estoy molesto contigo. Solo que fue un día de muchas sorpresas para mí. Tú discúlpame, otro día te invito a pasar, me siento muy cansado. Gracias por traerme y por todo lo demás.

Una vez que me quedé solo, recordé que no tenía la llave, el canijo Jectorín me la escondió, y recordé sus palabras que antes de salir me dijera con respecto a la puerta cerrada:

Inténtale otra vez papá… yo tengo el control de tu casa”.

Pero no, no abrió.  Sin la presencia de él no funcionó. Y me senté en el suelo, recargado a la puerta de mi casa. ¿Qué hago ahora?, tengo todo tipo de sentimientos chocando entre ellos, por fin me deshice de él, se acaban mis dolores de cabeza ya sin él… ¿y si abro una ventana?, tendría que romperla para entrar. ¿Un cerrajero?, a esta hora ya han de estar cerrando.

 ─Polo, déjate de indecisiones ─me dije. Ve y camina, toma otro camión y busca un cerrajero, no querrás dormir con tus parientes cercanos.

Me levanté decidido a ir por un cerrajero. Sin querer me puse a tararear la tonadita del títere: “En la vida sonreír es lo mejoooor♫”. Me quería engañar a mí mismo, iba en realidad deseando ver en la calle a cualquier persona cargando en sus brazos a Jectorín, al menos estaría contento de que cayera en buenas manos, pero sí, también tenía que encontrar quien me ayudara a abrir la puerta de mi casa.

Caminé y caminé por las calles volteando para todos lados. Estaba oscureciendo y ni señas de un camión, y yo sin crédito en el celular para llamarle a Héctor o a doña Teresa y explicarles mi nuevo problema, pero no, en la casa de ella ni loco me quedaría a pasar la noche.

─ ¿Oiga señor, tiene mil dórales que me dé en este momento? ─dijo de repente una voz ronca a mis espaldas. Me volteé de inmediato, no fuera a ser un malandro o drogadicto que me viera cara de rico, cuando eso es lo que menos tengo.

Y para mi sorpresa era él nuevamente, el vendedor, al que le di un dólar por Jectorín, quien cargaba un costal grande sobre su hombro izquierdo.

─Pero ¿qué le pasa a usted señor?, ¿por qué me está siguiendo?, no, está equivocado, no tengo mil dólares, ni siquiera diez tengo, y ni me venga con que me venderá otro títere.

─Si quiere deshacerse de su títere me debe dar mil dólares, que, ¿el muñeco no se lo dijo?

─Pues no le daría mil dólares aunque los tuviera. Llamaré a la policía si quiere extorsionarme con sus cuentos ─le dije para ver si lo intimidaba mientras tomaba mi celular.

─Lo sabía, un bravucón más en la interminable fila de los cobardes. Tome éste costal, su contenido es más valioso de lo que usted se pueda imaginar.
Acto seguido, aquel raro personaje dejó caer al suelo el costal, que al parecer no pesaba tanto.

─No señor, no le pienso seguir el juego, usted me acarreó muchas broncas la última vez ─le expliqué.

─O lo toma o tocaré a su ventana todas las noches para pedirle mi dinero ─me advirtió.

─ ¡Politoooo! Malo que eres, ya no te quiero, lo cumpliste, me lanzaste al abandono en el primer baldío que encontrasteee ─reconocí aquella vocecilla, era “mi títere” quien estaba dentro del costal.


De inmediato me agaché para verlo, para sacarlo de ahí, y en eso me di cuenta que el vendedor había desaparecido de ahí como por arte de magia.

─ ¡Politoooo! Malo que eres, ya no te quiero, lo cumpliste, me lanzaste al abandono en el primer baldío que encontrasteee ─reconocí aquella vocecilla, era “mi títere” quien estaba dentro del costal. 

De inmediato me agaché para verlo, para sacarlo de ahí, y en eso me di cuenta que el vendedor había desaparecido de ahí como por arte de magia.

De Noche en el Parque
Capítulo 14

Las cosas que me pasan, ¿otra cosa sobrenatural? ¿Dónde se fue esta persona? ¿qué se esfumó como humo?

—Y, yo que te quiero ayudar para que salgas de pobre, y permites que…

—No, Jectorín, yo no permití nada, Héctor creyó que aventarte por la ventana era lo mejor opción, además ya iba por ti, ya ves que para mí no eres cualquier cosa.

— ¿Cosa? ¿”Papá”? ¿Cosa?

Jectorín se dio la media vuelta y se dirigió hacia los lotes baldíos de entre mi casa y las casas de los vecinos, se marchaba en medio de la maleza y la tarde noche. Yo me sentía entre la espera y la pared, en esos instantes pasaron mil visiones por mi mente: la llave; su cancioncilla de parece tan solo hace unos momentos; su “te voy a sacar de pobre” y su forma entre humano y cosa de ser… Y, la gente, la que entretuvo hace unas horas en el camión; la travesura que le hizo a Héctor y a la señora Teresa.

Ya estaba oscuro y entre pendiente y pendiente se me fue el día como agua entre las manos; no lo quitaba la visa al títere que se alejaba, y éste como movido por hilos, dando pequeños saltitos. Traté de correr detrás de él antes de que se me terminara de perder de la vista; y le grité:

— ¡Jectorín! ¡Espérame no te marches!

Cuando de sorpresa una voz de mujer me distrae diciendo:

—Disculpe, señor ¿cómo se llama esta calle? —Era una chica como de diez y ocho años que manejaba una camioneta tipo sedan.  —Se llama avenida de los Mil Montes, le dije.

—Estoy buscando la calle de Cien Ríos. —Me dijo.

—Ah, la calle de los Cien Ríos está a dos cuadras adelante. —Le dije.

—Gracias, —me dijo, y se fue.

Al distraerme perdí de vista a Jectorín. Me dirigí por la brecha del lote donde vi que iba; sin gritar, pues no quería que nadie me viera buscando a un títere que habla y a la mejor nada más conmigo; con mis sobrinos y los pasajeros de los camiones…

Crucé el terreno y no había nada; nada de Jectorín ni sus huellas, es tan ligero que no dejas ¡huellas!

Estando de terreno en terreno parecía que me ahogaba en la oscuridad de la noche, y así fue que llegué al parque.  Algunas personas me vieron buscándolo entre las áreas verdes; pero las ignoré  pensando: “qué piensen lo qué piensen”.

Nervioso pensando un montonal de cosas, con mucha hambre pues no había probado bocado alguno en todo el día; me senté en la penumbra de la única banca del parque.

“Condenado mono éste”,—pensaba para mi—: "y ¿si el vendedor de títeres es el mismísimo demonio?"

La luna alumbraba un raro panorama esa noche, y la brisa, o debo decir la humedad del sereno me indicaba que tenía que regresarme a la casa; hacia frio, contrastando el cálido día que había sido apenas hace unas horas; pues era uno de esos locos inviernos bajacalifornianos.

¿Qué hago? ¿si al comprar a Jectorín por ese dólar, sin querer hice un trato con el diablo? No, ésto debe ser un tipo de prueba, para mis nervios, para mi vida… 

No debo de inquietarme tanto; pero no podía engañarme a mi mismo… pero...

¿Qué hago si ya vinieron los oficiales por el revolver? Y, no me encontraron ¿tendré que ir a levantar un acta otra vez?

¿Cómo le voy a hacer para entrar a la casa? Sin la llave, y sin Jectorín?

¿Dónde guardé las velas? porque ni de chiste los de la luz vienen el mismo día que uno la paga para reconectarla.

Al llegar a la casa, la puerta la abrí como si se hubiera quedado todo el tiempo abierta; pero yo sé que ésta estaba muy bien cerrada. Así que aquí debe andar jectorín…

Y, con sentimientos encontrados y con un millón de dudas entré a la casa… Y, ¿si no es Jectorín? Y, ¿si es el mismísimo demonio? ¿Qué hago Dios mio?

Mientras a lo lejos…

—Mamá! Mamá! Ya llegó el tío Polo, llévame con él para jugar con Toto! —Era mi sobrina Nina que a la distancia se oían sus gritos.

Furiosamente cerré la puerta no quería escuchar a esa niña ni a la entrometida de Graciela, su mamá.  Abrí uno de los gabinetes de la cocina donde guardaba las velas, encendí una con los cerillos que igual ahí guardo; y dije en voz alta para que escuchara Jectorín:

—Yo no estaba de acuerdo que Héctor te tirada fuera del auto.

Hubo unos segundos de silencio… Hasta que por fin contestó:

—Pero lo permitiste pa… Polo.

Sosegado un poco, ya con la respuesta del títere con vida propia, le volví a decir:

—Entiende, Jectorín, así somos los seres humanos; hay unos que se sienten perfectos, muy buenos para tomar decisiones y otros que les da miedo todo, sienten vergüenza y son indecisos.

—Tienes que pedirle a Héctor que me pida perdón, Polito si quieres que te crea.

—No, Jectorín, no puedo… Me da vergüenza, de por sí mi amigo está empezando a pensar a que estoy loco; cree que es mi imaginación que tú hablas... que me está fallando el cerebro.  Oblígalo a que te pida perdón tú, otra vez que venga.

Unos golpes fuertes sonaron a la puerta…

Abrí la puerta pensando que era Nina y su mamá y exclame:

—¡Qué se les ofrece!

Pero no había nadie. Salí a la calle, ahora nervioso pensando que tal vez era otra vez el vendedor de títeres. Me regresé  de nuevo a la casa,  un extraño silencio provocó que me pusiera más nervioso.

Aun así me preparé una cena ligera.

Cuando de repente una risa macabra y burlesca hizo que me estremeciera.
Era Jectorín que como muñeco de sorpresa se puso frente a mí y me advirtió:

—Ya cometiste un error, pa... pá y, te voy a tener que poner a prueba; si de verdad quieres que te excuse tienes que obligar a tu amigo a que me pida disculpas, si no atente a las consecuencias.

—Me ¿estás amenazando? Le dije.

—Sí, papá —me dijo con el peor de los sarcasmos que jamás hubiera escuchado— y sobre aviso no hay engaño,  —agregó.

Traté de razonar otra vez con él, pero al volver la vista a donde esperaba verlo ya no estaba.
Silencio en la Casa
CAPITULO 15

— ¿Jectorín?

Me dirigí al cuarto de adjunto, no estaba. Al baño que está enseguida, y le eché un vistazo al corredor, tampoco.

— ¿Jectorín? —Me metí al cuarto y abrí el ropero. No estaba. — ¿Dónde te escondiste?— Le dije otra vez, pero ahora levantando la voz.

Después de esto surgió un extraño silencio que me acompañó toda la noche. Silencio que sólo interrumpía para preguntarle donde estaba escondido.

Quise seguir dialogando con él pero parecía ahora que lo hacía con el aire.

— ¡Qué bueno que te fuiste! ¡A lo mejor es lo mejor para los dos! —Le dije en vez de buenas noches a diferencia de los días anteriores que hasta le improvisaba una almohada.

Apagué la vela; todavía no tenía luz, me metí a mi cama; pero el pendiente de que algo estaba mal no se me quitaba de la mente.  Estaba preocupado, sentía que le debía una explicación a ese objeto que por un extraño motivo cobró vida. Un títere que… Un muñeco feo y… Una cosa comprada a…

El reloj que por lo regular parece que no se mueve, marcaba las 11: 44, luego la 1: 30, las 3, las 4 y, yo todavía quería darle sentido a… Jectorín; y a su extraño y repentino silencio.  

Eran las 6: 37 y todavía no podía conciliar el sueño. Pero como a las siete de la mañana, finalmente me pude sosegar y pude dormir un poco…

Unos golpes duros me despertaron ese día; eran las 10 en punto; ¡Dios mío, solo dormí tres horas!

Los golpes en la puerta eran continuos y desesperados, estaba seguro que era mi cuñada Graciela y mi simpatiquísima sobrina Nina...

— ¡Ya voy! ¡Ya voy! —Les gritaba mientras me cambiaba de mis garrientas pijamas. — ¡Ya voy!

Con la cara de dolor de muelas, y de muy mal modo abrí la puerta:

— ¿Señor  Leopoldo Robledo? —Me dijo uno de dos oficiales que estaban parados literalmente atrás de la puerta.

—Sí, soy yo, —les dije.

—Traemos una orden de cateo, según esta acta usted tiene una pistola en su casa.

— ¿Quéééé?

—No se mueva y póngase contra la pared. —Me dijo autoritariamente uno de los oficiales.

— ¿Cómo, si yo mismo levanté esa acta?

— ¡Quieto y déjenos hacer nuestro trabajo! —Gritó el oficial mientras aventaba los libros fuera de uno de mis libreros.

—No tienen que tirar las cosas fuera de su lugar, la pistola que yo fui a reportar está en el gabinete del extremo derecho del mueble de la cocina.

Mientras el otro, seguía aventando las cosas fuera del mueble, el oficial se dirige hacia el mueble de la cocina, abre el cajón que le indiqué y le dice al otro:

—Pareja, ya encontré la pistola.

El otro oficial se dirige hacia la cocina, sin antes tirar todo de una repisa de un solo golpe.

La toma cuidadosamente con unos guantes de látex y dice:

—Y, huele a pólvora.

—Lo vamos a tener que llevar a la delegación jefe. —Me dice— Queda usted, señor Robledo oficialmente detenido.

— ¿Cómo si yo mismo levanté esa acta para no tener problemas?

El oficial lee el acta, se queda pensativo y dice:

—Aquí dice que usted espantó a un ladrón con un títere, y que al correr se le cayó esta pistola, a ver jefe, ¿dónde está ese títere?

—Ah, el títere, es una historia muy larga… Jectorín. Se desapareció.

—Muchas contradicciones, jefe, lo vamos a tener que llevar a la delegación.

— ¿Cómo? ¿Si yo no debo nada, ni hice nada? Ese revolver no es mío; yo mismo fui a poner el acta. ¿Cómo es posible? ¿Qué me diga eso?

—Muéstrenos al títere para creerle, señor Robledo, ¿cómo está eso que se le desapareció?

—Sí, se me perdió o me lo robaron, de repente ya no lo encontré.  —Les dije.

—Ya lo dijo todo, vámonos a la delegación. —Me dijo mientras me esposaban.

— ¿Cómo es posible? —Yo decía…

…Yo decía y trataba de razonar con ellos; pero eran personas que no querían escuchar, ni les interesaba lo que tenía para decirles; eran personas que parecían fuera de contexto; y, peor aún empezaron a llegar más patrullas como si de verdad yo fuera un delincuente, y la gente de la localidad se empezó a acercar para ver qué pasaba.

—Sí, es mi cuñado y le gusta a asustar a mis hijos con su “muñeco”, decía Graciela cruel y vorazmente, a uno de los oficiales.

Luego, este (el oficial) preguntó en voz alta:

— ¿Hay algún testigo aquí entre ustedes, que haya visto a este señor corretear con un títere a un bandido?

Hubo unos segundos de silencio, cuando de entre los mirones, surgió una voz que dijo:

—Yo. Yo vi que don Polito la otra noche, sacó a un ladrón y le aventó algo diciendo “¿se te olvidó esto?” Mientras cargaba a su títere. —Era doña Tere que por primera vez hacía algo por la patria, o debo decir: un acto de humanidad.

— ¿Usted quién es? —Le preguntó el oficial.

—Soy vecina y vivo en, a tres casas de aquí.

El oficial volvió a mirar el acta; detenidamente con aires de ser una persona muy importante.

—Lo sentimos jefe; aquí dice que con un títere… espantó a un ladrón, ya tiene un testigo que lo vio, pero, ¿y, el títere?

Ya me estaban acomodando a dentro de una de las patrullas, de entre como siete u ocho, cuando quién sabe cómo y de dónde salieron Nina y Tito, con Toto, digo con Jectorín… Y, me dicen:

—Tío, tío, Toto no quiere que se vaya solo, tenga a su amigo Toto.

El oficial toma a Jectorín, lo ve por un momento y dice:

—Le creemos.

Ya casi para morir de pena y preocupación, me bajaron de la patrulla, me quitaron las esposas, y me regresaron a Jectorín.

Un títere que se cree hombre
CAPITULO 16

Poco a poco la felicidad volvió a mi rostro, los oficiales y las patrullas comenzaron a marcharse, pero la gente metiche y fisgona solo se la pasaban cuchicheando y echándome una que otra mirada.

Yo, con Jectorín en mis brazos, él, inmóvil, inerte, como si nunca hubiera cobrado vida, con la mirada perdida en la nada.

─ ¡Chamacos entrometidos!, ¿a ustedes quien les habló? ─comenzó a gritar mí cuñada toda frustrada. ─Ernesto, Georgina, se me van a la casa ahora mismo, ¡órale!... a hacer tareas, y no me van a salir en todo el día.

Ni siquiera me volteó a ver, y mejor para mí. Yo no quería entrar aun en la casa puesto que quería agradecerle a Teresa el gesto tan amable de ayudarme con su testimonio… puedo decir que bien pudo salir a sumarse en el chisme, pero no, esta vez había ganado mi estimación por ella.

─No se vaya Teresa ─le dije al ver que tras una ligera sonrisa daba la media vuelta hacia su casa. ─En verdad le agradezco mucho lo que acaba de hacer por mí, es usted una sensacional persona.

─ ¿Sensacional?, ¿qué palabra es esa para una mujer? Menos mal  que aún estaba por aquí, pues dejé de asistir ésta mañana con mis amigas a una reunión… tuvo suerte Don Polito, pero de poco sirvió lo que les dije a éstos prepotentes policías, lo que funcionó fue que salieron sus sobrinos y con su títere.

─Pues sí, pero fue por ambas cosas, en verdad muchas gracias, le debo una. Y no la invito a pasar a la casa ya que todos pensarían mal, pues saben que soy un hombre solitario, además me dejaron estos policías todo tirado en el suelo ─le dije.

─Me lo puedo imaginar… ─me dijo viéndome de arriba abajo ─el tiradero quiero decir. Solo le recuerdo que tiene un compromiso este sábado, de asistir a mi asamblea, la del reino, no lo olvide ¿eh? Hasta pronto “mi Polo”. ─dijo esto último con un coqueto énfasis.

Una vez dentro de la casa, me sentí liberado, como si varias cargas me las hubieran quitado de encima, pues me salvé de que me llevaran detenido, al fin me había deshecho de la pistola la cual, de haber sabido lo que iba a pasar mejor la hubiera enterrado en el patio trasero de la casa, me dio gusto que la malintencionada de mi cuñada Graciela no se saliera con la suya, y por si fuera poco tengo conmigo nuevamente a Jectorín.

─Oye títere, en serio, ¿ya no me piensas dirigir la palabra? Contesta, di algo, antes no te callabas y ¿ahora?  Anoche ni pude dormir, creí incluso que llegaría el vendedor a tocar la ventana a reclamarme por tu ausencia, yo creí que estabas escondido en algún rincón de la casa, y nada, que te fuiste de vago a visitar a mis sobrinos… no me hagas eso, ellos te quieren pero su madre nos odia, ya viste de lo que es capaz.

Silencio, solo el silencio me respondía.

─Espero que quites esa cara dura y seria que te cargas, te dejo aquí en el sillón, mira, tengo mucho por recoger del suelo y reacomodar… recuerda, como tú me dijiste : “en la vida sonreír es lo mejor”.

Y pareciera que di en el clavo, como si fuera una clave de acceso, en este caso de acceso a la vida de Jectorin, su cara se iluminó, se sonrió y al fin me miró.

─No dormiste Polito, seguro fue por mi culpa. Te propongo que te vayas a dormir y yo hago todo el quehacer por ti…

─ Vaya, gracias por… jamás pensé que fuera a decir esto, ¡gracias por hablarme! Pero, ¿qué dices? ¿acaso tu puedes hacer estas labores, y si te vuelves a escapar?

─No lo haré, no iré a ningún lado, ya entendí que sí me quieres aquí contigo, y ya te creo que no quisiste que el tal Héctor me tirara a ese apestoso lote baldío.

─No Jectorín, digo, gracias, pero no dejaré que tu trabajes solo, lo haremos entre los dos, en fin que el sueño me lo espantaron de modo terrible estos locos policías... ¡ah que cosa!

─Papá, ¿cómo me llamaste?, si yo como tú soy todo un hombre… ve y descansa, trata de dormir, o al menos cierra los ojos y piensa en lo que gustes, tú te relajas “papá”, que yo soy veloz para limpiar y acomodar cosas.

No entendí porque me dijo “papá” de nuevo, pero esta vez no me molestó, en realidad me comenzaba a generar una cierta fascinación por este cambio de actitud.

Le hice caso, me fui a mi habitación, desde luego que los nuevos acontecimientos me habían quitado el sueño de golpe, mejor que cualquier taza de café bien cargado.

Una vez en la cama, solo con la luz de la ventana, pensaba en que ya solo me faltaba en que vinieran los de la empresa de electricidad para hacerme la reconexión, ya me urgía más iluminación en la casa y revisar en mi lap top las novedades del mundo, no quería sentirme como un ermitaño que se aísla del mundo.

Afuera de mi cuarto, podía escuchar un ruido tras otro, ahora resultaba que tenía a un inesperado amigo ayudándome con las labores domésticas de la casa. Le hice caso a Jectorín, no me iba a dormir, pero comencé a relajarme, extrañamente, pues soy una persona que no consigue relajarse con facilidad.

No sé cuánto tiempo estuve así, o si dormité, pero de pronto un fuerte pero conocido olor a humo me hizo ponerme de pie de un brinco, asustado corrí hacia fuera del cuarto a ver ahora que pasaba.

Jectorín, ¿qué estás haciendo?, no te veo, ¿Qué se está quemando? ¿Ahora qué hiciste? ─le decía mientras agitaba con mis manos la espesa nube de humo.

Noté con agrado ─lo que alcanzaba a verse─ que todo estaba en la casa muy bien acomodado, en verdad había cumplido su palabra de ayudarme con el desorden, excepto que  había colillas de cigarro como en forma de camino que me guiaron hacia la puerta que da hacia el patio, estaba semi abierta y ahí afuera el títere tenía varias cajetillas tiradas en el suelo y él con uno cigarrillo en la boca.

Compromisos Incumplidos
Capítulo 17

Fumando descaradamente, el muñeco solo se me quedó mirando y sonreía, asi tal cual, como si fuera algo muy normal, como si se lo hubiera ganado por haber hecho labores de la casa.

─Jectorín, esas cajetillas de cigarro las tenía muy escondidas en el fondo de un cajón, ¿Cómo es que diste con ellas? No sabía que te gustara fumar… pero no se debe fumar todo de un jalón… deja eso y dame una explicación… que tarde mas rara, no parece ser un atardecer.

─Ya no lo haré “papá”, por eso me los acabé, para que tu no recaigas en tu viejo vicio de la nicotina. ─respondió el títere. Y, encendí varios al mismo tiempo para ver si así ya te despertabas.

─Claro que no era mi vicio, ya tenía semanas sin fumar uno solo. ¡Que hambre que me ha dado! Vamos adentro, hay que limpiar esas colillas. ─tardé en reaccionar por lo último que el mono me dijo─ ¿Qué dijiste?, si solo dormité un rato.

─  Yo limpio eso Polito, ah, ayer en la tarde tenías un compromiso con tu amiga Teresa, si mal no recuerdo. Mírala, ahí viene caminando, yo que tu me escondía… adiós, te espero adentro.

Algo estaba mal y yo lo presentía, ya no era que un objeto hablara… No, sentía algo más.

Doña Teresa,—que antes yo no bajaba de hipócrita y que había hecho algo por mi— se acercó por fuera de mi jardín sin quitarme la vista de encima.

─Buen dia señor Polo, ¿no tiene nada que decirme?

Caminé hacia ella a paso lento, pensando en como de repente se habian ido los vientos de Santa Ana como por arte de magia, y…

No sé por qué; pero el día se veía raro, y ver a doña Tere enfrente de mi otra vez y tan pronto como que era el preludio de algo; o, será qué ya me había hecho un preocupón empedernido.

─ No, no estoy enojada. Solo le quiero dejar las nuevas revistas mi Polo ─me dijo.
─Ah gracias, es usted tan amable. Y, ¿Por qué habría usted de estar enojada?, espere… ¿por qué anda haciendo esto, ahora por la tarde? ¿Ya le dieron nuevo horario?

— ¿Don Polito? Que cara se carga, y hasta huele a tabaco, ¿Qué no sabe que día es hoy?

─ Claro que sí, es sábado por la tarde, señora Teresa.

—Por lo visto se le perdió todo un día don Polito, hoy es domingo. Lo estuve esperando ayer en el salón del Reino.

—¿Cómo es posible?  Si solo me quedé dormido un ratito. Discúlpeme señora Teresa, como usted podrá ver he tenido algunos problemas.

—Y lo entiendo. No lo vine a regañar. No se preocupe don Polito, siempre habrá otro sábado. ¿El siguiente no se le olvida?

—Claro que no, señora Teresa, y gracias por haberme “visto” correteando a un ladrón con Jectorín en las manos.

—Lo vimos varios de los vecinos, no cualquiera corretea a ¡un ladrón armado! ¡Qué valiente señor Robledo!... bueno, ya me voy, que me esperan.

Entré a mi casa todavía con el eco de las palabras de doña Tere en mis oídos, pero el timbre del teléfono me las quitó.

—Ya contesta “papá”! y, si es tu amigo Héctor le vas a tener que obligar a que me de unas disculpas. —Dijo Jectorín.

—Bueno.

—Polo, ¿y los boletos?

—¿Cuáles boletos, Héctor?

—Los de la universidad que me ibas ayudar a vender.

—Discúlpame, Héctor, con tanta cosa de plano se me olvidaron.

—O sea, ¿no vendiste ninguno? Y, ahora ¿qué le digo a mi esposa?

—Discúlpame, ya sabes que si tuviera dinero se los compraría todos.

—¿Héctor?

Estaba Jectorín riéndose con tantas ganas que no sabía yo mismo, si enojarme, o yo también reírme de estas cosas que solo a mí me pasan.

—¡DON POLO! —Gritan de afuera.

Era don Rubén de la mesa directiva del ejido de Los Montes.

—¿Por qué no fue a la reunión?

—¿A la reunión?

—Sí, el viernes lo estuvimos esperando.

—Ah sí, ¡fue la reunión mensual del ejido! Discúlpame, Rubén, se me olvidó es que he tenido algunos problemas…

—¿Y, se le olvidó llamar? Mire don Polo otra vez que no le interese algo ¡no acepte responsabilidades!

—Es que, no me lo vas a creer, Rubén, las cosas que le pasan a uno.

Pero Don Rubén con cara de desconcierto y malhumorado giró su cabeza diciendo que no, arrancó su  troca y se fue.

Al entrar a la casa Jectorín se seguía riendo.

—¡Vaya amiguitos que te cargas “papá”! Nadie te tiene paciencia ¿verdad?

La vida me había cambiado desde que compré a este títere, de forma tal que realmente no sabía que día estaba viviendo. Los recibos se me olvidaba pagarlos, las citas y los asuntos de los vecinos los olvidaba rotundamente; pero éste interrumpía nuevamente mi pensamiento diciendo:

—Hazme caso “papá”, yo te puedo ayudar a salir de pobre.

Con toda la paciencia del mundo le contesté:

—¿Cómo Jectorín? Si desde que llégate tú a mi vida, solo me has traído problemas. ¿Cómo?

—No “papá”, yo no te traje problemas, yo no tengo la culpa de que no te controles a ti mismo.

—Y, ya habíamos quedado que ya no me ibas a decir “papá”. —Le dije.

─ Sí, pero eso fue antes que permitieras que tu amiguito me arrojara por la ventana de su carro. Nomás te estresas y me empiezas a tratar mal ─respondió Jectorín.

—¿Qué me hiciste?, ¿como fue que me dormí tantas horas?... todos esto es el resultado de conocerte, de tantas noches de insomnio.

Mientras seguía riéndose como si no pudiera contener su risa. Y, yo pensando en lo certero que es cuando dice: “yo no tengo la culpa de que no te controles a ti mismo”.


Pero éste se seguía riendo, y mi paciencia otra vez parecía que se acababa, por un momento tuve las enormes ganas de tomarlo por los pies y  aventarlo contra la pared…


Mientras Jectorín seguía riéndose como si no pudiera contener su risa. Y, yo pensando en lo certero que es cuando dice: “yo no tengo la culpa de que no te controles a ti mismo”. Pero éste se seguía riendo, y mi paciencia otra vez parecía que se acababa, por un momento tuve las enormes ganas de tomarlo por los pies y  aventarlo contra la pared…

Visita al Psicólogo
Capítulo 18

Traté de sosegarme un rato, muchas emociones de todo tipo para un solo momento, decidí controlar mi furia; ignorar al muñeco parlante, y olvidarme por unos instantes de todas estas cosas…

Pero Jectorín se seguía riendo, y yo forzadamente dirigí mi atención en otras cosas, en el ruido del viento, en el ambiente de la calle, oir a los lejos a mis sobrinos Nina y Tito, y el ruido de un vehiculo que se acercaba, se detuvo y un cerrón de puerta interrumpió este paréntesis de paz forzada.

—Jajajaja… Tienes visita “papá”, mira quién llegó, vas a tener que obligarlo a que me pida perdón por arrojarme por la ventana de su auto, si no “papá” les voy a seguir haciendo travesuras…

No tuve tiempo de pensar más con estas palabras de Jectorín y el cerrón de puertas,  cambió mi panorama; todo era tan real frío, éste exigiendo sus disuculpas y mi amigo que inmediatamente se dejó venir a recoger sus boletos.

—¡Polo abre la puerta! Y, ¡dame los boletos que Dora tiene que entregarlos ahora mismo!

Abrí la puerta con complejo de culpa, dejé pasar a Héctor que sorprendido me dijo:

—¡Mira Polo! ¡Qué irresponsable eres!

Había estado tan preocupado por todas las “novedades”  que últimamente me han pasado que ya ni me acordaba donde había guardado los boletos, todo me daba vueltas en la cabeza…  

—Disculpa Héctor, es una historia muy larga de la que ya conoces tú parte.

—Por ahora no me interesan tus historias, lo único que me interesa es: ¡dónde están los boletos de Dora! ¿o, qué vas a decir que el monigote este te los escondió?

—No te enojes Héctor ahorita te los encuentro; pero no le digas monigote que se enoja.

Me puse a abrir todos los cajones, de todos los muebles, de toda la casa, hasta que la encontré una vieja cartera en mi librero, y le dije a Héctor

—Aquí están tus boletos, ahora te pido amablemente que te disculpes con Jectorín por la vez que lo aventaste fuera del carro.

Héctor que si venía enojado, se enojó más, alzando la voz y me dijo:

—¡Polo! ¡ya me colmaste el plato! Te voy a tener que llevar con un psiquiatra.

Jalándome de la camisa me empujó hasta su carro, éste estaba tan enojado que no entraba en razones, quería dialogar con él pero en ese momento me parecía más fácil hablar con Jectorín que  ahora yacía inerte en el sofá.

—¡Está bien Héctor! ¡Está bien! Pero déjame cerrar la casa que no la puedo dejar abierta y Jectorín no se puede quedar, ¡va con nosotros!

Tomé a Jectorín, cerré la puerta, chequé que quedó muy bien cerrada, y dignamente me dirigí al automóvil de Héctor, para ir a ver a su amigo psiquiatra.

El camino se me hizo largo, silencio de ambos Héctor y Jectorín; ninguno de los dos hablaba, quería darle razón a este silencio; pero no sabía yo mismo ni que pensar.

—¿Qué no le vas a decir nada? —Dije  en voz alta, dirigiéndome a Jectorín— ¿No que me ibas a sacar de pobre? Pero éste yacía inerte a lado mío, y Héctor me ignoraba rotundamente.

Finalmente llegamos al centro médico.

Héctor se bajó con coraje fuera del carro, se dirigió a mí, ya afuera del auto como si me fuera ir corriendo para evadir la situación.

—No te preocupes, —muy seguro de mí mismo, le dije— vamos con el psiquiatra.

La oficina estaba decorada con pequeños monigotes con atuendos de doctores, unos con lupas y otros con estetoscopios y en la pared central un diploma que decía Luis Antonio Dosamantes, Médico Psiquiatra .

La recepcionista que al vernos se paró de su escritorio, una chica bastante alta y guapa le dijo a Héctor:

—Hola, Héctor¿Vino a consulta o a saludar a su amigo Luis Antonio?

—Ambas cosas, Cristina —contestó muy amable Héctor— pero sobre todo a que chequé aquí, a este camarada.

Era obvio que Héctor conocía muy bien al doctor y a su secretaria, pero yo opté por quedarme quieto, calladito me veo más bonito. Al poco tiempo el doctor Luis Antonio, ve a Héctor y se dan un tremendo abrazo.

—¿Qué te trae por aca, Héctor?

—Hola Luis Antonio, feliz navidad, feliz año, feliz todo.

—Gracias, igualmente, Héctor.

—Vengo a que chequés aquí a mi amigo, parece que padece alucinaciones. ¿Tendrás tiempo de verlo ahora?

—Sí, claro pasen, pasen. —Nos dijo a nosotros— No me pases llamadas, “muñeca” —le dijo a su recepcionista.

El doctor nos condujo a su consultorio, se llevó a Héctor lejos de donde yo me encontraba con Jectorín. Después de unos instantes el doctor se dirigió hacia mí y me dijo:

—¿Qué no me vas a presentar a tu amigo?

Yo me quedé muy serio y le dije:

—Éste títere habla, tiene vida propia, solo que por algún motivo no lo hace con otra gente.

—Y, ¿desde cuándo empezó hablar don…?

—Leopoldo,—le dije—desde hace unos dos meses para acá.

“¿Cuántos años tienes? ¿con quién vives? ¿en qué año estamos?”  Y, otras preguntas más me hacía que contestaba yo inmediatamente. Héctor se había regresado a la recepción dejándonos al doctor, a Jectorín y a mi solos.

—Mira, Leopoldo,  te quedaste muy solo en la vida, y cuando nos pasa eso le quedemos dar vida a los objetos.  Tienes que aceptar que la vida es así; lo que ves ahí, “ese títere” no existe. Muchas cosas que vemos todos los días, asuntos que tratamos día a día; no existen, existen como conceptos: La amistad no existe. El amor no existe. Dios no existe y los títeres que hablan no existen. Existen pero como conceptos.

Una llamada interrumpió al doctor:

—Sí, “chaparrita”, te quiero mucho. Sí, estoy trabajando tengo un paciente. Sí, adiós chaparrita.

—Lo malo —continuó el doctor— es cuando nosotros mismos nos desconectamos de la realidad…

Otra llamada interrumpió al doctor:

— Sí, “chaparrita”, te quiero mucho. Te digo que estoy trabajando, tengo un paciente. Yo te hablo más tarde, adiós chaparrita.

—Como quiera que sea le voy a dar un tratamiento, tomate está medicina…

Volvió a sonar el teléfono.

—No, “chaparrita” estoy trabajando,  Cristina está allá en la recepción de veras mi vida.

—Ahora si con este medicamento no concibe separar la imagianción de la realidad, eso lo tratarémos.

No habían pasado ni cinco minutos de la última interrupción que unos golpes muy duros tocaron a la puerta, la cual el doctor abrió rápidamente, era una mujer rubia de baja estatura que le dijo:

—¡Te he estado vigilando, sé que estás teniendo relaciones con Cristina tu recepcionista.

—¡Estás loca, regrésate a la casa!

—¡Loco tú, maniaco sexual!

—Mira, imbécil, a mí no me vas a decir loco.

—A mí tampoco me vas a decir “imbécil”, menos en público.

El doctor, y su esposa, novia o lo que sea llevaron su discusión fuera del consultorio; fuera de la recepción; y, fuera del edificio, y por las ventanas del segundo piso donde estábamos parados solo se podían ver dar vuelta con tal fuerza y adrenalina alrededor del edificio del centro médico.

—Hasta luego, Cristina —le dijo decepcionado Héctor a la recepcionista. Luego me dijo a mi:

—Ya vámonos, Polo.

—Sí, ya vámonos porque aquí asustan.—Dijo Jectorín— Adiós guapa.

—¡Qué bien te salió la voz, Polo!

—No es mi voz, es la voz de Jectorín.


—Sí, es mi voz y ¡tú me debes una disculpa! —Le dijo Jectorín a Héctor.

—¿Cómo le haces, Polo? ¡Hasta parece que ese mono tiene vida propia! —Continuaba Héctor.

—Yo no hago hablar a Jectorín, él habla por sí solo. —Le dije.

—A ver, digan algo al mismo tiempo, Polo.

Fue entonces que Jectorín empezó a cantar:

— ♫ En la vidaaa, sonreír es lo mejoooor. Jectoriiiín es como me llamo yooo♪. Ser generoso se te regresa con amoooor♫.

Mientras yo le decía a Héctor: yo no le doy vida a Jectorín, él habla por sí solo.

La Fama
Capítulo 19

—¿Cómo va hablar por si solo? ¡ya no me cotorrees, Polo! Eso, que las cosas hablen y se muevan por si solas no existe.

—Por lo visto, Héctor, hablas mucho con tu psicólogo, verdad? 

—¿Qué acaso Toño te dijo algo? —Me dijo.

—Sí, que nada existe.

—Y, tiene razón todas las cosas son conceptos.

—¿Héctor? Ahora que ya lo viste hablar y moverse por sí solo: Dice Jectorín que él me puede ayudar a salir de pobre, ¿qué opinas? ¿crees qué se pueda? ¿tal vez llevándolo a cine o a la televisión?

—No, olvídate, Polo, dice mi esposa y mi amigo Víctor que los espectáculos de títeres ya pasaron de moda. ¡Ay, y ya casi son las doce, y Dora tiene que entregar los boletos a la una! Luego nos vemos, Polo, y luego me dices como le haces para que hable ese mono.

Y, Héctor se fue corriendo para su carro olvidando que estaba yo sin un centavo para el transporte público.

—¡Jajaja!

—¿De qué te  ríes, tú, Jectorín?

—¡Apa amiguitos te cargas, “papá”!

—De muy buenos, mira hay viene Héctor en su Lincoln Ford.

—¡Polo!—gritó Héctor muy enojado desde su carro—¿Dónde quedaron los boletos?

—Te los echaste en la bolsa de tu chamarra deportiva.

—¡No están ahí!

—Ahí los debes de tener.

Y, se fue muy enojado mi amigo Héctor dejándome hablando solo como lo suele hacer cuando tiene algún problema. Fue cuando me dijo Jectorin:

—No disculpas, travesura.

— ¿Sabes algo de los boletos de Héctor? —Le pregunté.

—Sí, “papá”, los tomé de la bolsa de su saco cuando la aventó al asiento trasero, y se los tiré por la ventana. Acuérdate que tu amigo me debe unas disculpas.

—Jectorín, esas cosas no se hacen.

—♫El que a hierro mata a hierro muereee♫!

—¡Muy mal, Jectorín! Pero… tal vez tengas razón ya ves lo que dijo el psiquiatra, “nada existe”, menos los amigos...

Como el centro médico era un lugar muy concurrido, la gente se empezó a juntar viéndonos dialogar a Jectorín y a mí. En cuestión de minutos se acercaron como unas quinientas personas; de todo tipo de gente, del centro médico; pacientes, enfermeras, doctores; claro; menos el psicólogo y su esposa que seguían dando vueltas a gritos alrededor del edificio.

Al poco tiempo ya no era gente del centro médico pero también de los edificios aledaños.

Algo pasaba que un helicóptero sobrevolaba arriba de nosotros, fue cuando una reportera de la mejor cadena de televisión de este país, surgió de entre aquel gentío y me preguntó:

—¿Usted es él que le da vida a esa marioneta?

—No, señorita, ese títere tiene vida propia y se mueve por su propia cuenta.

Era tanta la gente que la pobre reportera no pudo llevar a cabo su entrevista que quería hacer me; pero bueno lo que yo realmente quería era huir de la situación que parecía que se salía fuera de control.

Fue cuando una persona que se identificó como ejecutivo de otra televisora me dijo:

—Mi buen, ¿se quiere alejar de este tumulto? Venga yo lo ayudo, ¿por lo visto anda a pie, verdad?

—Sí, ando a pie; y no esperaba ver a tanta gente interesada en ver a Jectorín de un ratito para otro.

Este señor era acompañado por algunos agentes de la policía; quienes protegían la integridad física de Jectorín porque habían quienes lo agarraban y lo jalaban de un lugar a otro como queriendo averiguar su mecanismo de auto movimiento; o, quieriéndoselo robar. Salimos del tumulto gracias a este equipo de policía que acompañaba a don Hipólito Herrera de esa televisora.

No podía creerlo nos dirigíamos a la azotea de uno de los edificios para subirnos al helicóptero:

—No. Yo no me subo a ningún helicóptero les dije.

Claro para eso ya les había dicho mi nombre, dirección, teléfono; y, si no firmé un contrato que querían que firmara fue porque Jectorín me decía: “te vas a arrepentir “papá”.

“¿Cómo le hace para manejar la marioneta?” Me preguntaban, una y otra vez, pero ¿por qué no podrán entender que Jectorín tiene vida propia?

Cuando finalmente llegué a la casa, parecía que la misma gente me esperaba a fuera, caras nuevas, y las de siempre; hay estaba doña Tere que me dijo, “felicidades señor Robledo, ha salido en todos los canales de televisión, con razón no se separa de su amigo”.

Yo lo que quería era un rato de sosiego, pues desde la mañana había estado de aquí para allá, y era otro día sin desayuno, comida y cena.

Ya adentro de la casa tuve que apagar el celular, pues todas las llamadas eran de ofertas para llevar a Jectorín a la fama; y, yo, francamente, no sabía qué decisión tomar.

Traté de calmar el apetito con algún apetitivo frio del refrigerador, pero era tanta la actividad a fuera de la casa que hasta comer parecía de lujo.

Unos golpes tocaron muy fuertes a la puerta bajo el grito de “urgente” pensando que era asuntos familiares, abrí. Cuando de repente gente que no invité y no conozco invadieron mi pequeña casa.

—Señor Robledo, somos de Una-Visión, y le traemos la mejor propuesta para que se venga a trabajar con nosotros; pero ¿cómo le hace para que su muñeco hable y se mueva por si solo?


—Luego me comunico con ustedes —empujándolos hacia a fuera— ahora lo que quiero es descansar. —Les dije— Mientras Jectorín siendo lo que es, algo venido del más allá,  se moría de risa.

Una Nueva Dimensión
Capítulo 20

Apenas saqué a la gente de aquella televisora y volvieron a tocar la puerta con fuerza tal que parecía que querían derribar la puerta de mi casa.

No hallaba que hacer, había sido tanto ruido y necesitaba descansar un poco que decidí ya no abrir la puerta.

—Tienes que tomar la mejor decisión,  “papá”, y las mejores son las que se hacen pronto —Me dijo Jectorín.

—Ahorita no me interesa nada, Jectorín, más que tener un rato de sosiego y, por favor ya habíamos quedado que ya no me ibas a decir “papá”, mucho menos con ese tono de burla como siempre lo has hecho.

—Ay “pa…”, Polito tan ingrato, y yo que estoy haciendo todo esto para ayudarte a salir de pobre.

Apenas acabó Jectorín de decir eso, cuando unos gritos llamándome por mi nombre captaron mi atención, haciendo a un lado la conversación que tenía con el muñeco que habla.

— ¡Polo! ¡Polo! Soy yo Héctor, déjame entrar.

No quería saber de reporteros, de televisoras, ni de amigos; estaba muy cansado, pero aun así le abrí la puerta a mi amigo Héctor.

—Pásale, Héctor, pensé que ya no iba a saber más de ti, con eso que te quedé mal con los boletos y luego que se te hayan perdido.

—Polo, eso no tiene importancia ahora, ¿ya viste que estás saliendo en todos los canales de televisión con tu mono-parlante?

—No le digas mono que  se enoja, ¿y, para qué quieres verlo enojado?

Jectorín se quedó con los brazos cruzados y dijo:

—Yo con éste no hablo, hasta que me pida unas disculpas.

—Polo ¿cómo le haces, para manejar a este títere? —Me preguntó Héctor.

—No tiene caso que te diga, si no me crees, amigo. —Le dije.

—Bien, Polo, creo que has tenido la razón todo el tiempo, tu muñeco, mono; o, lo que sea nos puede ayudar a ser ricos.

—Héctor, no me lo tomes a mal, pero por el momento no me interesa hablar de negocios, lo único que quiero es descansar.

—Polo, pero…

—Héctor, gracias por tu visita, luego platicamos.

Apenas se fue Héctor, y volvieron a llamar por mi nombre a tras de la puerta. Era mi hermano Lino, mi cuñada Graciela y sus hijos.

—Pero, ¿a quién se le ocurre andar de visita a estas horas? —Les dije.

—Hola mi hermanito, el más querido. —Me dijo Lino.

— ¿Qué les trae por aquí? ¿tan tarde?

—Venimos a felicitarte, ya supimos por la tele; con razón no te querías separar de Toto el monigote.

—Gracias. —Les dije, y le pregunté a Nina: ¿Qué no tienes clases mañana? ¿No deberían Tito y tú ya estar dormidos?

—Sí, sí tenemos clases mañana, pero vine a visitar a mi novio Toto.

Había sido un día muy largo, la gente iba y venía; amigos, familiares, empresarios.  “¿Qué no se cansan?” Me preguntaba a mí mismo.

—“Buenas noches, somos de Antena 5, Europa; y venimos a invitarlo a que forme parte de nuestro equipo de trabajo”.

—Pero, ¿qué en Europa no duermen?

Eran las tres de la mañana, y las llamadas y las visitas no cesaban.

No podía dormir, era una marea de gente. Hipocresía, inconciencia, y avaricia, eran las palabras que me inspiraba a pensar ese mar de gente. Y, yo lo que quería era dormir.

Finalmente, hubo silencio, ¿quién sabe qué hora sería cuando finalmente pude dormitar un poco?

—“Papá” ya levántate es hora de que tomes una buena decisión, ¡llegó la hora de salir de pobreee!

Parecía que no había dormido ni cinco minutos. Y, la vocecita fastidiosa de Jectorín… Quería tomarlo y aventarlo contra la pared. Lo agarré con furia, y me dijo:

—Ni se te ocurra, “papá”, porque te vas a arrepentir.

¿Los nervios? ¿La adrenalina del momento? O, ¿un arranque de cólera?

No sé.

Lo aventé con coraje contra la pared. Y, éste cayó inerte al suelo…

Y, ya no habló.

— ¿Qué ya no me vas a hablar? ¿Jectorín? Disculpa me, es que ya no pude manejar el estrés.

Pero este solo se quedó tirado en el suelo. Lo levanté para ver si se había roto. Estaba integro, pero ya no hablaba, y ya no se movía.

El reloj marcaba las diez quince.

Los ruidos de la calle parecían lejanos. Dejé al muñeco recargado en el mueble. Y, le dije:

—Ahorita se te pasa, ¿verdad? ¿Jectorín? ¿amigo inesperado?

Salí a la calle, Nina y Tito jugaban con un triciclo; pero al pasar cerca de ellos me ignoraron por completo. Luego vi a doña Teresa, quise saludarla, pero pasó de largo y tan aprisa como si no me vio.

Algo estaba mal, la gente iba y venía, y no me veía. Regresé a mi casa, tomé el teléfono… Y, al marcar, los oía, pero a mí no; no me oían, ¿qué está pasando?

Algo estaba mal conmigo mismo.

Entré a mi cuarto. El silencio era tétrico. Quería que hablara otra vez Jectorín...

— ¿Jectorín?

Aprendí que una palabra que me incomodaba, incluso dicha con ironía no era tan importante; aprendí que cuando me pase un hecho extra ordinario; o, llegue alguien inesperado, no aventarlo contra la pared. Aprendí mucho, pero ya era demasiado tarde…

No podía con el remordimiento.  Me recosté en mi cama.  El reloj marcaba las diez quince —ya no se movió—.  

Me estaba dando cuenta de algo también inesperado; que estaba entrando a una nueva etapa; y, a una nueva dimensión.

Me faltaba aire. Se fue la luz, se fue el sonido, y todos los sentidos.




FIN

                                                                      
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               (O O)
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     Con gratitud a mi hermano Héctor Gerardo -DEP-
que nos tocó hacer este cuento allá en la infancia, 
y, a mi amigo Héctor Buelna por esta nueva versión, y coautoría
Abril 23 del año 2015 
Día internacional del libro. 
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4 comentarios:

  1. Señor Polo, va muy bonita e interesante la historia de ese muñeco, ojalá dure varios capítulos mas. No deje de escribir, que leo todo lo que encuentro en su blog, saludos!

    Runner HB

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  2. Runner HB, Gracias por tu participación y por ser tan leal y fiel lector, es un honor para mí; y al igual que tú, espero que vengan más capítulos de esta historia. Gracias!!
    LE

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  3. me a encantado tu historia... supongo que manana jueves estara lista la continuacion verdad?? muchas gracias.

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    1. Hola, Alejandro. Me da mucho gusto que te haya gustado la historia, gracias por hacérnoslo saber. Sí, cada jueves sale el nuevo capítulo. Saludos!

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